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Los centros que acogen a menores tutelados han tenido que adaptarse a las múltiples situaciones límite que ha traído consigo el coronavirus cuando el 14 de marzo se decretó el estado de alarma en España.
Los centros de menores tutelados ante el coronavirus
En la Comunidad de Madrid, no hubo protocolo de actuación y protección en los centros de menores el día que el Gobierno decretó el estado de alarma. Según estos centros, tuvieron que actuar en apenas unas horas para poder proteger a los niños que ya de por sí vienen de entornos complicados.
A estos menores se les ha apartado de sus padres por múltiples razones, que van desde el abandono, hasta otras más graves como el maltrato. Son menores vulnerables a los que la pandemia les ha dejado en una situación aún más delicada, señalan desde los centros.
Los educadores acogieron a los menores en sus casas
Un centro de Aldeas Infantiles se decidió que los educadores acogieran en sus viviendas personales a dos o tres menores. De esta forma se evitaba que el personal tuviese que salir de sus casas durante el confinamiento y pudiese poner en riesgo no solo su salud, sino también la de los niños que cuidaban.
Ana María Torres, educadora social de uno de estos centros, cuenta cómo, de un día para otro, su familia se convirtió en familia numerosa. “Éramos siete junto con el perro”, comenta. Ella decidió llevarse a su casa a dos niños pequeños con los que trabaja habitualmente y seguían las rutinas de la mayoría de los hogares. Confiesa que “se sentían uno más”.
Tuvieron que cesar las visitas entre los niños y sus familares
“Esto lo tuvimos que hacer en 24, 36 horas”, asegura Mario Ramos, el director de uno de los centros de la organización. Apunta que ellos están acostumbrados a enfrentarse a múltiples realidades, pero esta situación les pilló de improvisto. “Lo primero que pensamos fue en cómo poder garantizar la salud de los menores y luego la salud de los compañeros, porque claro, si se ponían enfermos, ¿quién cuidaba de los niños?”.
Por otro lado, Fernando Cimorra, director de los centros de menores de Nuevo Futuro, comparte esta misma preocupación. Fue una fase “bastante dura” en la que tuvieron que decidir aspectos como cesar las visitas entre los niños y sus familias o aplicar medidas sanitarias muy estrictas para evitar el contagio no solo de los menores, sino también de los educadores.
En la misma línea, si se producía el contagio de algún educador y causaba baja, se le podía sustituir por otro que a lo mejor no conoce a los menores ni sus trayectorias. "Nos daba mucho miedo esa situación”, confiesa.
No contaron con el material pertinente de protección
En centros como el de Nuevo Futuro, hubo menores que ya contaban anteriormente con la autorización de la Comunidad de Madrid para pasar el periodo de aislamiento con sus familias, pero hubo muchos que no tuvieron esa posibilidad y se quedaron en el piso de protección. “El estado de alarma nos pilló a todos”, asegura Cimorra.
Cuando se le pregunta por el aprovisionamiento de mascarillas y otras medidas de protección asegura que “lo hemos ido salvando como hemos podido”. En esto coincide Miriam Poole, la directora general de la asociación: “El tema está en que somos centros concertados con la administración. Hemos sido el último eslabón de la cadena en recibir material de protección”.
Brecha digital
Cuenta que, al principio, tuvieron que ser ellos los que se encargasen de hacer las compras, “luego ya empezamos a recibir donaciones, hemos ido a pedir, tuvimos que buscar hasta debajo de las piedras”. Desde Aldeas, también señalan que hubo escasez de material y tuvieron que hacer su propia compra “en la medida de lo posible, porque era escaso, pero algo conseguimos”.
Los problemas de aprovisionamiento de material de protección en algunos centros supusieron una de las mayores preocupaciones al inicio del estado de alarma.
La digitalización llegó de un día para otro
En el caso de Nuevo Futuro, Poole cuenta que no fue “hasta casi el final” del estado de alarma cuando han ido recibiendo donaciones de tablets. En aquel momento, “resolverse, se resolvió como buenamente se pudo: con un ordenador, con los móviles de los menores, con los móviles de los educadores. Como en muchos hogares de exclusión social que existen en España”.
Otro de los problemas fue el de la digitalización en los centros, unidos a las dificultades académicas de muchos de los menores –ya sea por falta de motivación o por sus circunstancias familiares–, fueron uno de los principales efectos negativos al que muchos educadores tuvieron que hacer frente en el confinamiento.
Preparados para lo que pueda venir
“Ha habido repercusiones mucho más perversas”, asegura Cimorra, refiriéndose a los ERTE que han sufrido muchos de los adolescentes a los que estaban preparando para el mundo laboral.
Finalmente, los centros afirman estar preparándose ante cualquier situación que pueda surgir. Una de las educadoras ha asegurado que, si volviese a haber un confinamiento, ella volvería a llevarse a su casa a los menores. Confiesa que le sorprendió la capacidad de adaptación que tuvieron los niños y recuerda que, durante el estado de alarma, el mayor miedo que tenían los menores era porque no les pasara nada a sus padres.
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