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Jerez de la Frontera (Cádiz), 9 sep (EFE).- Bajo la cima de un monte de la Sierra de San Cristóbal, en Cádiz, permanece oculta la que se considera como la bodega más antigua de Occidente, un centro productor de vino del siglo III antes de Cristo que confirma cómo esta bebida tuvo desde sus inicios un sentido religioso.
"Es el hallazgo más importante, hasta ahora, de la historia del vino", explica en una entrevista con Efe el catedrático de Prehistoria Diego Ruiz Mata, que en 1991, junto a un equipo, excavó la zona de 2.000 metros cuadrados en la cima del monte en la que se encuentra este centro productor de vino, el único de esta antigüedad que se conserva en su totalidad.
A pesar de su valor arqueológico, tres o cuatro años después de ser excavada y estudiada durante unos siete meses, la bodega tuvo que ser cubierta de nuevo y, por ello, hoy permanece oculta.
"Se tuvo que tapar porque está en medio de campo, me encontraba a motoristas haciendo motocross por los muros, era su destrucción", lamenta Diego Ruiz, que lamenta la "dejación" con la que España trata elementos importantes de su patrimonio.
Este complejo bodeguero forma parte de lo que sería la zona industrial del poblado fenicio de Doña Blanca, dentro del término municipal de El Puerto de Santa María.
Diego Ruiz dirigió las investigaciones arqueológicas de este poblado que se iniciaron en los ochenta, cuando ya una zona había desaparecido porque el lugar se había convertido en una cantera de piedra calcarenita, con lo que, según explica, vestigios arqueológicos importantes pudieron convertirse en parte del material de construcción con el que, por ejemplo, se hicieron carreteras.
El catedrático reivindica ahora que la zona bodeguera de este importante poblado fenicio pueda volver a ser exhumada y salir a la luz para ser convertido en un centro sobre la historia del vino en la antigüedad, ubicado además dentro del Marco de Jerez, una de las comarcas vinícolas más importantes de España y el mundo.
La bodega incluye dos balsas para el pisado de la uva, un recipiente para el vertido del zumo o del mosto, los almacenes para depositar las ánforas llenas de mosto, hornos para la fabricación del vino dulce, además de tres templos que han causado "gran sensación en el mundo científico" porque revelan cultos betílicos.
Aunque el origen del vino es anterior (surgió en Oriente en el Neolítico), esta bodega es la huella de que a Europa el invento llegó con los fenicios a través de zonas como esta de Cádiz.
Fue desde sus inicios, explica el catedrático, una bebida de gran éxito y valor, por su sabor y por su faceta psicotrópica, que rápidamente encontró usos religiosos.
"Se trataba de que el hombre alcanzara a través del delirio una conexión con la divinidad", por lo que el vino sustituyó pronto a otras hierbas psicotrópicas que se usaban con este objetivo.
También tenía otros usos sociales y comerciales, siempre como una bebida muy exclusiva.
"Hay estimaciones de que en los siglos II y III antes del Cristo un litro alcanzaría un precio equivalente a 8.000 o 10.000 euros actuales. Yo no creo que valiera tanto, pero era un bien muy escaso, no había tecnología para producir mucho, por lo que era costosísimo, se usaba en momentos muy especiales", añade.
Los tres templos o santuarios hallados en la bodega de la ciudad fenicia de Doña Blanca han corroborado las relaciones entre la religión y el vino y revelado ritos que acompañaban todo el proceso de elaboración, desde la pisa de la uva hasta su crianza en vasijas. Uno de ellos contiene un foso para ofrendas, en el que se han recogido numerosos vasos y ánforas rotas que habían sido arrojadas allí durante banquetes rituales.
Otro santuario se usaba para rituales de la pisa de la uva y otro cuenta con una pileta para libaciones.
En las ruinas se han encontrados también betilos (piedras sagradas) que representaban la presencia divina en el lugar.
Años después de la excavación de esta bodega, Diego Ruiz prepara una memoria científica dado "el interés despertado a escala científica general" por este complejo, con el que quiere despertar el "orgullo" por tener estos vestigios y animar a que el lugar salga a la luz y se cuide.
"Soy muy cabezón. No lo veré, por supuesto, pero no comparto las indiferencias" que permiten que una joya arqueológica de este calibre tenga que estar sepultada bajo una cima de un monte, dice.
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