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Desde que el COVID-19 ha sido reconocido como una pandemia y en España ha decretado el Gobierno estado de alarma, toda la población vive en aislamiento forzoso. Las autoridades piden calma y paciencia, pero también responsabilidad ante la amenaza de contagiarse o contagiar.
¿Sabemos gestionar el aislamiento en casa, los efectos de la sobreinformación o las consecuencias en el estado de ánimo de los colectivos vulnerables?
El coronavirus y la ansiedad
Ante una situación como la que está viviendo la población española, se dan todos los componentes. Lo primero que hay que aclarar son las diferencias entre la ansiedad y el estrés. La ansiedad es una emoción normal, como la alegría o la tristeza, que todos sentimos a lo largo de la vida. Se produce cuando percibimos un peligro o amenaza con independencia de que sea más o menos real.
Las informaciones continuas sobre el coronavirus hacen que se esté percibiendo como una amenaza importante. Esto produce una reacción que tiene, por un lado, sentimientos subjetivos de aprensión y agobio y, por otro, un componente orgánico y fisiológico importante con síntomas vinculados a todos los sistemas: aceleración cardíaca, cambio de ritmo respiratorio, tensión muscular, problemas digestivos o dolor de cabeza, así como comportamientos desajustados y poco adaptativos.
El estrés del aislamiento
El estrés se entiende como un síndrome que aparece cuando vemos que nuestra capacidad para adaptarnos a algo es inferior a lo que esperamos. Se puede dar en el trabajo cuando nos saturamos o en la vida cotidiana cuando se nos pide algo para lo que no estamos preparados, en todo caso cuando las demandas sobre la persona son superiores a su capacidad para hacerles frente. Comparte con la ansiedad elementos comunes como aceleración cardíaca, tensión muscular o problemas cardiorrespiratorios.
Para abordar el aislamiento en casa, es importante establecer cuanto antes algún tipo de rutina que, en lo posible, sea satisfactoria. Conviene también la realización de actividades agradables como escuchar música, lectura, ver la televisión o dedicar tiempo a mejorar la comunicación con las personas con las que convivimos. Cuanto más tiempo estemos ocupados, menos tiempo estaremos preocupados.
¿Estamos comprando compulsivamente?
Hay datos más que suficientes para que las personas perciban esta situación como una amenaza a su propia existencia y a la de su entorno. En las últimas décadas, la Psicología ha estudiado mucho qué sucede en situaciones de crisis, desde accidentes nucleares hasta atentados terroristas o catástrofes naturales. Se genera una aprensión importante y existe una tendencia a acaparar todo lo que sea necesario.
Es lo que está sucediendo en los supermercados, a pesar de que tengamos la garantía de que va a haber productos suficientes. Esto alimenta más el temor. La ansiedad es muy similar al miedo. En estas situaciones de crisis los temores se disparan. ¿Qué pasará? ¿Y si enfermo? ¿Compro más cosas hoy por si mañana no puedo salir? También se conocen otras reacciones como el aumento de consumo de alcohol, tabaco o fármacos, que pueden parecer pero no son la solución.
El teletrabajo
Para algunos será algo favorable y para otros será un suplicio. Hay datos orientativos, aunque esto se conocerá cuando se hagan estudios de la situación dentro de un tiempo. Cuando las personas tienen que convivir más tiempo del habitual, a veces aumenta la conflictividad familiar y parece que hasta el número de divorcios, como sucede en las vacaciones de verano y en Navidad, pero también en este periodo de aislamiento, dato que ha aportado ya China.
Los políticos, y ahora están empezando los medios, están lanzando un mensaje para tratar de normalizar la situación. Es fácil decirlo, pero no tanto hacerlo. Ese mismo mensaje llega a personas que lo toman de forma coherente y responsable pero también a otras a las que les aparecen pensamientos como «no nos están diciendo toda la verdad». Los «y si» son malos consejeros, detrás de uno aparece otro y lejos de tranquilizar, alteran más.
Personas mayores y con discapacidad
Las personas mayores con algún tipo de discapacidad suelen ser muy sensibles con el afecto que les transmiten los suyos con las visitas y los acompañamientos. El reducir eso va a hacer que muchos se sientan un poco abandonados. Si la persona mayor depende de otros para la movilidad o padecen déficit cognitivo, muchas veces viven a la espera de esa visita. Y cuando no llegan un día, otro y otro, se convierte en una fuente importante de sufrimiento y pueden tender a la depresión.
La sobreinformación también es un problema, no debemos estar 24 horas al día pendiente de las noticias. El problema no es que haya sobreinformación, sino discriminar la correcta de la no correcta. Esto ya pasaba antes del coronavirus. Los bulos pueden alcanzar una gran difusión y hasta hacer tambalear gobiernos.
Las redes sociales y los memes
Una situación como esta, de alarma social, es un terreno abonado para todo este tipo de información. Cuanto más alarmista y preocupante sea lo que se cuenta, probablemente tendrá más difusión. Las redes sociales abren un territorio nuevo. Ahora mismo, sobre todo los más jóvenes, reciben la información a través de las redes y estas son absolutamente incontrolables. Las nuevas tecnologías tienen unas ventajas indudables, pero generan también daños colaterales aún no resueltos.
El humor es un mecánicos de defensa, es una manera de hacer menos ingrata la reacción de temor. El humor, especialmente en países mediterráneos como el nuestro, se utiliza mucho para combatir algo que nos genera malestar. Hacer chistes o bromas, en último extremo, puede servir para minimizar ese malestar por el que estamos pasando.
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