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Madrid, 15 nov (EFE).- El cambio impulsado por la Constitución se ha extendido también a la banca, que en estos 40 años ha pasado de la libreta de ahorro al móvil, de la prohibición de abrir cuentas a las mujeres sin autorización de sus maridos a que una mujer dirija la primera entidad del país, y de hipotecas al 15,5 % a otras al 1 %.
Las últimas cuatro décadas han cambiado radicalmente el sector: de un mapa con centenares de entidades en 1977, absolutamente nacionales, a otro con poco más de una decena, y con fuerte presencia en el exterior, muy especialmente en Latinoamérica.
Aquellos finales de los 70 eran tiempos en los que la operativa bancaria se limitaba, prácticamente, a la libreta de ahorro y los préstamos y en los que la relación entre empleados y clientes era casi familiar. Hoy el catálogo de productos es extenso y variopinto: depósitos, fondos, renta fija y variable y algunos otros que mejor olvidar, tipo preferentes.
Por entonces, las mujeres debían pedir permiso a sus maridos para tantas cosas, entre ellas abrir una cuenta. Hoy Ana Botín dirige el primer banco de la eurozona por capitalización.
Además, para conseguir una hipoteca había que pagar tipos incluso superiores al 15 %, bien es cierto que con una inflación que rondaba el 20 %. Hoy, según el perfil del cliente, se paga por debajo del 1 % sobre el euríbor.
Mientras tanto, el mapa financiero se ha ido construyendo a golpe de crisis, fusiones, y absorciones.
La debacle industrial de principio de los 70 derivó en otra del sistema financiero, por el aumento de la morosidad. El análisis de las causas que hace Pablo Martín Aceña, historiador económico, habla de expansión bancaria incontrolada, entidades poco eficientes y gestores poco experimentados, con conductas temerarias y prácticas ilegales y con el Banco de España sin mecanismos para anticiparse a los problemas.
El círculo se cierra con la última crisis del sistema financiero -especialmente las cajas- a finales de los 2000, a la que casi 40 años después aplica perfectamente el diagnóstico de Martín Aceña, y que dañó seriamente la imagen de la banca.
Los últimos años 80 y primeros 90 fueron convulsos, puesto que ahí se puso el germen de lo que hoy son los dos grandes conglomerados financieros: en 1988 nació Banco Bilbao Vizcaya y en 1991 se fusionaron Central e Hispano para constituir BCH.
En 1993 el Banco de España intervino Banesto, presidido por Mario Conde, y lo adjudicó en subasta al Santander de Emilio Botín.
El mapa se completó poco antes de la entrada del euro, con la fusión en 1999 de BCH y Santander y la incorporación a BBV de la banca pública agrupada en torno a Argentaria, cuyo presidente, Francisco González, se hizo con las riendas del nuevo gigante.
Empezaron entonces las compras en el exterior, primero en América Latina y después en Reino Unido, Estados Unidos y Europa, que años más tarde sirvieron de tabla de salvación para las cuentas de los bancos, cuya actividad en España estaba bajo mínimos.
Con la llegada del euro comenzó la juerga de liquidez y los bajos tipos de interés, con un supervisor deficiente -según coinciden los expertos-, situación que dio origen a la crisis más profunda desde la aprobación de la Constitución y que se tradujo en una brutal destrucción de riqueza y empleo.
El sobreendeudamiento de empresas y familias derivó en la quiebra de un tercio del sistema -cajas fundamentalmente-, incapaz de digerir un volumen estratosférico de activos inmobiliarios que con tanta alegría había financiado en los años de la burbuja.
El paradigma de esa reestructuración fue Bankia, que se había creado por la fusión de siete cajas, en un proceso que el tiempo reveló como una huida hacia adelante. Las dudas sobre una entidad de semejante tamaño pusieron en un brete a España, que hubo de pedir un rescate de hasta 100.000 millones a Europa.
La reestructuración acabó prácticamente con las cajas -quedan a modo testimonial las de Pollença y Ontinyent- que casi suponían el 50 % del sector. La duda es si la desaparición de estas entidades tan pegadas al día a día de la gente puede generar exclusión financiera.
Tras este cataclismo, la banca ha necesitado años para reconocer su falta de sensibilidad en los momentos más duros de la crisis, especialmente con los desahucios. Ahora trata de restañar las heridas y recuperar su imagen, aunque las sucesivas sentencias del Supremo sobre hipotecas se lo están poniendo difícil.
Pese a ello, el sistema financiero español -cuya contribución a la financiación de la economía es indudable- es homologable al de los países más avanzados del mundo y está inmerso en las mismas batallas: instalarse en la economía digital que en los próximos años probablemente convierta las sucursales en museos.
Esther Barranco
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