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En Irán se considera delito grave ser homosexual, tan grave que incluso te puede acarrear la pena de muerte. Pero, ¿son realmente criminales? Por fortuna, y gracias al avance de la libertad y el libre pensamiento que ha experimentado occidente, ya no se nos ocurre juzgarles de tal manera. Y no porque nos deba parecer mejor o peor, sino porque no debemos tener ninguna potestad como sociedad para juzgar como crimen un acto que no supone víctima alguna, y que sólo ha respondido a prejuicios tradicionalmente religiosos o teológicos.
Hasta hace no mucho, aquí en occidente, también dibujábamos esa peligrosa línea y, nuestros antepasados, crecieron creyendo en la homosexualidad como algo parecido a un pecado social, tal como lo hacen hoy en día países como Irán, Arabia Saudí o Yemen.
El problema, por lo tanto, no está en oriente u occidente
En moros o cristianos, en izquierdas o derechas. El problema reside en promover y apoyar un sistema con autoridad y soberanía para imponer juicios y doctrinas sobre una sociedad. Y ese sistema, aunque muchos no se den cuenta, es en el que vivimos hoy en día, donde las restricciones y abusos “morales” son el pan de cada día.
Como dice el profesor Miguel Anxo Bastos, en la actualidad, prácticamente el 70% de los presos están condenados por crímenes sin víctimas, por crímenes creados por el estado. Vayamos al caso más popular, el consumo y el tráfico de drogas, que sólo con decirlo en voz alta, ya se le atribuye a una tremenda demonización.
Es evidente que existe un adoctrinamiento social extendido para juzgar las drogas como algo nocivo, pernicioso y hasta inmoral, y lo llamo adoctrinamiento, porque una gran mayoría de las personas lo cree sin siquiera haberlas probado. También es verdad, que argumentos en contra de las misma hay en abundancia; jóvenes perdidos, adicciones incontrolables, sobredosis, etc. Pero, ¿no es verdad también que existen los mismos argumentos contra la religión, por ejemplo? ¿No hay jóvenes perdidos, grupos radicales y hasta terroristas?
Como todo en la vida, un exceso o una mala interpretación de cualquier cosa puede ser tremendamente dañina. La política, el riesgo, el juego, el alcohol, el trabajo, la pasión, la religión y hasta casos contemporáneos como las redes sociales o los videojuegos. Pero no por ello podemos prohibir a una sociedad de su libertad para elegir, no podemos dar autoridad a un grupo – estado- a decidir, por juicios propios, lo que se puede o no se puede hacer, hablando siempre en un contexto de respeto a la libertad de terceras personas.
Porque si se lo permitimos, acabaremos constantemente viviendo latrocinios como el expuesto al inicio del artículo, donde se coacciona de forma abusiva la libertad del homosexual, sin ser a toda evidencia, un acto nocivo para terceros. Y es muy posible que, en un futuro, seamos conscientes de las barbaridades que está perpetrando el estado en la actualidad, donde un contrato entre una persona que quiere vender droga y otra que quiera comprar de forma voluntaria, se castiga con cárcel. Y se hace porque, el propio estado, por diferentes intereses, les ha atribuido a estas sustancias la doctrina de perniciosas, cuando no tienen por qué serlas (lean, por ejemplo, a Antonio Escohotado), a no ser que se consuman con extremismo, tal y como sucede con casi todas las cosas del planeta.
Por lo tanto, podemos estar a favor o en contra de actos de terceros, tenemos y debemos tener siempre esa libertad, pero es necesario evitar caer en el prohibicionismo y en la imposición social de juicios de valor por parte de poderes soberanos, porque éstos atacarán irremediablemente a la libertad individual de las personas. Y toda libertad deber ser respetada, incluso las que pensemos que son perjudiciales, siempre y cuando ésta no entre en conflicto con la libertad de un tercero.
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