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Todo sistema racionalmente diseñado dispone de un mecanismo que cuando se produce una anomalía entra en funcionamiento un dispositivo que interrumpe la función y así evita un daño mucho mayor en el mismo. La protección del estado de derecho y de la “democracia funcional” a la que se ha llegado en España por consenso mayoritario de su población requiere, al igual que todo sistema de unas medidas previas y otras “a posteriori” que la protejan de asaltos a su vigencia y legitimidad. En España, con objeto de evitar una nueva y sangrienta confrontación civil se llegó pacíficamente a la fórmula de una monarquía constitucional en la que democráticamente mediante sufragio universal se pudiera producir una tranquila alternativa de partidos al mando de la nación. Para ello se estableció un procedimiento reglado para introducir cualquier cambio en esa estructura política.
Es evidente que el modelo de “democracia” elegida seguía las pautas de la clásica democracia liberal, en la que la Ley y la división de poderes primaban sobre el puro sufragio electoral. Este era importante y decisivo, pero no podía en ningún caso estar por encima de la Ley ni saltarse la división de poderes. Es evidente que el sistema diseñado y su mecanismo de control no han funcionado dejando a España de nuevo ante una confrontación de consecuencias imprevisibles. Aquellas naciones que han aprendido de la historia, como Alemania, de cuyo pedigrí democrático actual nadie duda, adoptaron una serie de restricciones ideológicas a la hora de aceptar a los diferentes partidos que habrían de participar del juego democrático, para evitar precisamente que el zorro invadiera el gallinero…No se olvidaron de las reveladoras palabras del gauleiter Goebbles en el parlamento de Weimar cuando ponía de manifiesto la estupidez e incompetencia de aquella república liberal que permitía que incluso partidos como el suyo, el NSDAP, el partido Nacional Socialista Obrero Alemán, conviene no olvidarlo, pudieran sentarse en la misma cámara…Bien se ocupó cuando tuvo el poder de que nadie les pudiera hacer sombra. Si se desea que perdure un sistema parlamentario “liberal democrático” es imperativo que estén vetados grupos, partidos o asociaciones en cuyo ideario esté claramente declarado la no aceptación de principios que son consustanciales con un sistema de alternancia de poderes o el no reconocimiento de una serie de principios y derechos fundamentales para la convivencia última entre los ciudadanos, independientemente de las mayorías o minorías coyunturales, como son la libertad personal, la de conciencia, de asociación, la propiedad privada como expresión de esa misma libertad y la integridad territorial de su ámbito territorial. Por tanto partidos cuyos idearios son esencialmente totalitarios o separatistas están prohibidos; cada cual puede pensar lo que le venga en gana, pero participar políticamente está condicionado, pues el ejercicio de ese pensamiento volvería a poner sobre la mesa cuestiones que serían netamente contrarias al resto de la población, lo que les llevaría inevitablemente al conflicto. Por eso Felipe González se vio obligado a renunciar al marxismo, como parte de la ideología básica del PSOE.
La gran debilidad y talón de Aquiles de la transición, como ya hoy es evidente para la mayoría, fue primero haber homologado en su día a un partido que solo temporalmente y por conveniencia renunció a sus postulados básicos, que se abstuvo de poner en práctica sus objetivos últimos, y en segundo lugar ceder ante los separatismos periféricos, dotándoles de los medios e instrumentos necesarios para quebrar a España como nación a la primera oportunidad que se presentara: y así ha sido. El sistema electoral es en parte responsable, pero no tan decisivo como los anteriores factores, de hecho la reaparición del frente popular no es casualidad es algo muy inteligentemente diseñado desde hace años desde dentro del país y desde fuera.
Desgraciadamente carecemos de un mecanismo de seguridad, ¡no saltan los plomos!, pues el que figura en la Constitución claramente no ha funcionado, porque en cuanto acceden al poder y tienen el control de las instituciones grupos cuyo respeto por las leyes está subordinado a sus objetivos políticos y sociales a largo plazo, ni funciona ni puede funcionar. Si nadie lo remedia España como nación se troceará, y tendremos que pasar por una etapa de flagelo social –comunista- anarquista hasta que “salten los plomos”. Cual sean esos “plomos” está por ver…en el mejor de los casos si subsiste un mecanismo electoral, el futuro se parecerá al griego, y si este es intervenido, como en Venezuela, prefiero no pensarlo. Europa no ha colaborado a impedirlo y lo pagará muy caro pues dudo mucho que el “europeísmo” pueda subsistir en medio de este aquelarre tribal.
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