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El levantamiento de la obligatoriedad de llevar mascarilla en el exterior era una de las noticias más esperadas de los últimos 13 meses y parecía que la mayoría de la población iba a echarse a las calles luciendo sonrisas, como proponía la ministra de Sanidad. Pero la reacción de la ciudadanía ha sido más cauta de lo que se podía esperar.
Oda a la mascarilla en las calles
Si bien el sábado de madrugada se producía alguna representación, más simbólica que otra cosa, del fin de las mascarillas, la realidad es que en la mayoría de ciudades españolas no se ha notado mucho cambio con los días anteriores. Es más, la mayoría de la gente ha seguido usándola.
Sorprende ver a tanta gente con la mascarilla por las calles de grandes capitales como Madrid. En realidad esperaba ver a muchas más personas sin mascarilla, pero la mayoría todavía las usa.
Al margen, para mí es importante seguir llevando la mascarilla, el porcentaje de gente no vacunada todavía es muy alto.
Pero si la mascarilla es para la mayoría de las personas una molestia, ¿cuál puede ser el motivo de que sigamos siendo reacios a quitárnosla, aun cuando al aire libre ya no es obligatoria?
Hay que seguir siendo responsables
Uno de los principales factores puede ser que la situación actual de la pandemia no es mejor que la de hace 10 días, cuando el presidente Pedro Sánchez anunció el fin del cubrebocas en espacios exteriores.
La incidencia acumulada lleva tres días seguidos en crecimiento y lo que es más preocupante: este viernes lo hacía en diez comunidades autónomas. Asturias, Baleares, Canarias, Cantabria, Cataluña, Comunidad Valenciana, Extremadura, Galicia, Comunidad de Madrid y Murcia registraron un aumento de los casos de coronavirus.
En concreto, Cantabria, Cataluña, Andalucía y La Rioja tienen las incidencias más elevadas y, de hecho, la Junta de Andalucía ha recomendado que la gente siga llevando la mascarilla aun en la calle.
El motivo de estos aumentos y del miedo a dejarse el cubrebocas en casa está en la variante delta del coronavirus, que en comunidades como Cataluña ha llegado a suponer el 30 % de los casos y que a nivel global está amenazando con una quinta ola.
De hecho, esta variante ha obligado a algunos países, como por ejemplo Israel o Reino Unido, a dar marcha atrás en algunas de sus medidas de relajación, como precisamente el uso de mascarillas en el primer caso, o retrasar las aperturas de actividades en el segundo.
Es difícil caminar por la acera en las grandes ciudades guardando la separación
Al trasluz, hay mucha gente que piensa que eliminar la obligatoriedad de llevar la mascarilla en el exterior es oportunismo político... En verano, a las vísperas de las vacaciones, con los indultos... Pues claro, quitan la mascarilla.
La vida con mascarillas, después de todo, ha tenido ventajas que hemos ido aprovechando sin darnos mucha cuenta. Por eso no van a desaparecer tan fácilmente. Aunque desde el sábado haya dejado de ser obligatorio llevarlas en exteriores, no hay más que echar un vistazo a las aceras para ver que la mayoría de gente prefiere seguir cubriéndose la boca. Al menos, de momento.
Será por evitarse el lío del quitaipón o por el miedo a los rebrotes o por el qué dirán, pero la mayoría de las caras siguen tapadas por la calle ahora que ya no es obligatorio.
Quién nos iba a decir que andar sin mascarilla se nos iba a hacer raro, con lo raro que hace año y pico se nos hizo empezar a llevarlas.
La mascarilla ha llegado para quedarse
El curso que viene va a haber que seguir llevándolas en los colegios y está por ver qué deciden los centros de trabajo. Es muy probable que en entornos como la hostelería y la atención al público haya empresas que prefieran incorporar el tapabocas al uniforme de trabajo cuando pase la pandemia.
En los hospitales y el transporte público, diga la norma lo que diga, es muy probable que la mascarilla haya llegado para quedarse.
Y es que, no solo paran los virus respiratorios. Las mascarillas también disimulan bostezos en las reuniones, ahorran darles dos besos protocolarios a los pesados y permiten dormirse en el tren con mucha más dignidad en la compostura. También justifican muchos despistes en los saludos a quienes tenemos mala memoria para las caras y poco interés en los nombres.
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