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Cuando el robot humanoide Ameca fue presentado por la compañía británica Engineered Arts en 2021, su impacto en las redes sociales fue inmediato. En tan solo una publicación en Twitter, alcanzó 24 millones de reproducciones, convirtiéndose en un fenómeno viral de la noche a la mañana. "Fue una sensación instantánea", afirmó en su momento Morgan Roe, director de operaciones de la empresa.
Ameca pertenece a la línea de robots Mesmer, diseñados para combinar una apariencia realista con eficiencia y accesibilidad. Su expresividad facial, que imita sorprendentemente la de los seres humanos, genera admiración y asombro. Sin embargo, no todos lo ven con buenos ojos: algunos lo consideran inquietante, evocando la teoría del "valle inquietante" del japonés Masahiro Mori. Según esta hipótesis, cuando un robot se asemeja demasiado a una persona, la reacción emocional inicial de simpatía puede transformarse en repulsión.
Robots: Búsqueda del equilibrio entre humanidad y tecnología
Para evitar este efecto, Ameca no está diseñado con una apariencia excesivamente humana. Su rostro es gris, su cuerpo está compuesto por plástico y metal, y carece de género. Este enfoque también ha sido adoptado por Boston Dynamics con su nuevo robot Atlas, un humanoide completamente eléctrico. "Queremos dejar claro que se trata de una máquina", explica David Robert, consejero de la empresa estadounidense.
Por el contrario, algunos ingenieros buscan replicar con exactitud la apariencia humana en los androides. El japonés Hiroshi Ishiguro ha desarrollado robots como Actroid y Geminoid, este último siendo una copia exacta de sí mismo. Ishiguro predice un futuro en el que conviviremos con androides capaces de cuidar a las personas y con los que podrán establecerse incluso relaciones sentimentales. ¿Es esta una solución para el problema creciente de la soledad?
El dilema de la apariencia tan humana en la robótica social
Los robots diseñados para interactuar con humanos plantean un desafío ético: ¿deberían parecerse tanto a nosotros? Patricia Ventura, experta en inteligencia artificial y ética, sostiene que "las máquinas no deben ser más antropomórficas de lo necesario". Para ella, es crucial marcar una línea clara entre lo humano y lo artificial. La Fundación Hermes, con sede en Madrid, también advierte que dotarlos de apariencia humana puede distorsionar la percepción de la realidad.
En países como Japón, los robots asistenciales han sido aceptados desde hace tiempo, en parte debido a su diseño amigable. Ejemplos como la foca Paro, utilizada en terapias para personas mayores, muestran el impacto positivo de estos dispositivos. La doctora Concha Monje, experta en robótica de la Universidad Carlos III de Madrid, recalca que, aunque pueden cumplir funciones sociales importantes, también podrían contribuir a la deshumanización si no se utilizan de manera adecuada.
Un nuevo papel en la sociedad
David Robert de Boston Dynamics cree que los robots representan una nueva categoría ontológica: "No son ni seres vivos ni objetos inanimados, sino algo intermedio". La aceptación de estos dispositivos varía según la cultura. Mientras que en Asia se tiende a humanizarlos, en Europa se prefiere que conserven un aspecto claramente mecánico.
El debate sobre los robots no es solo tecnológico, sino también filosófico y social. En 1920, el escritor checo Karel Čapek acuñó el término "robot" en su obra R.U.R., describiéndolos como seres sin alma ni instinto. Hoy, más de un siglo después, la discusión gira en torno a qué "alma" queremos darles. La clave estará en definir sus funciones y su relación con la humanidad sin perder de vista la ética y el bienestar social.
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