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Seguramente habrás oído hablar más de una vez de la desigualdad social, término que en los últimos años ha cobrado especial protagonismo cuando se trata de analizar las relaciones geopolíticas internacionales o la inclusión de sectores sociales que, por diversas razones, han estado históricamente marginados.
La desigualdad social es una circunstancia socioeconómica en la que un colectivo o comunidad son tratados de manera diferente por los demás sujetos o grupos de su entorno. En general, ocurre en los países subdesarrollados o no desarrollados, y que también puede presentarse en países con niveles altos de desarrollo, producto de la falta de educación, de mejores oportunidades en el mercado de trabajo y también por la dificultad de acceso a los bienes culturales o a los servicios sanitarios.
La desigualdad social es uno de los principales obstáculos para el desarrollo social
Un obstáculo que se ha hecho todavía más grande con la irrupción del Covid-19. Casi todas las enfermedades interactúan dentro de un contexto social caracterizado a la vez por la pobreza y desigualdades sociales crecientes.
Si nos centramos en la Covid-19 observamos cómo la confluencia simultánea de numerosos determinantes sociales, como las condiciones de empleo y trabajo (donde se incluye el trabajo doméstico y de cuidados), la riqueza y su distribución, la accesibilidad y condiciones de vivienda, el tipo de transporte y movilidad, los servicios disponibles (incluyendo los sanitarios y sociales), y el entorno ambiental, entre otras, generan peores indicadores de salud en las áreas geográficas y grupos sociales con menos recursos y mayor privación material.
Todos esos factores conforman las condiciones de vida y trabajo de la gente en lo que se suele llamar determinantes sociales de la salud y la equidad. Esos determinantes inciden en los grupos sociales caracterizados según su clase social, género, etnicidad, situación migratoria y lugar donde se vive, y son las causas fundamentales que explican tanto las acusadas diferencias observadas en la incidencia de enfermedad y la mortalidad producida por el coronavirus.
España es uno de los países más desiguales de la Unión Europea
La fuerte brecha entre ricos y pobres tiene mucho que ver con la especial estructura productiva del país (centrada en los sectores de la construcción, inmobiliario y turístico), unas políticas redistributivas y estado del bienestar débiles, y un mercado laboral y de vivienda altamente precarizados.
El “shock pandémico” ha empeorado la situación haciendo que llueva sobre mojado. Según la Organización Mundial del Trabajo (OIT), en la segunda mitad de 2020 España fue el país de Europa donde más aumentó la desigualdad salarial (57 %) debido a la pandemia hasta alcanzar una ratio de 36,1 entre el decil más alto y el más bajo. La causa fue sobre todo la pérdida de empleo y reducción de horas de trabajo que se vieron más afectadas por las restricciones, sobre todo en el caso de las mujeres.
Se estima que la pobreza ha aumentado en un millón de personas hasta alcanzar casi 11 millones de personas (23 % de la población) que sobreviven con poco más de 700 euros al mes, muchos de los cuales están en una situación de pobreza extrema (11 % de la población) con menos de 500 euros mensuales.
Está en nuestras manos cambiar este paradigma
Familias con hijos e hijas como la tuya están sufriendo los efectos de la desigualdad social en su vida cotidiana. ¡Implícate!
Oxfam Intermón afirma que nunca ha existido un sistema socioeconómico completamente igualitario. De hecho, los privilegios y las jerarquías sociales han existido incluso desde las primeras formas de organización social que surgieron en la antigüedad.
La lucha por alcanzar una igualdad social plena ha ido variando a lo largo del tiempo en función de los cambios que han experimentado las sociedades.
La lucha contra la desigualdad social ha transcurrido paralelamente a la aparición de los derechos fundamentales. La Declaración de los Derechos del Hombre, en 1789, y la aprobación de la Carta de los Derechos Humanos, en 1948, son dos acontecimientos esenciales en este sentido.
Ambos textos elaboraron el marco necesario para el reconocimiento de los derechos inherentes a la condición humana, entre ellos, el de la igualdad y sus diferentes manifestaciones: social, política, económica o cultural.
Hoy día, pese a que los Derechos Humanos constituyen un concepto general al cual se han adherido casi todas las naciones del mundo, la situación de desigualdad social no está del todo erradicada.
¿Se puede hacer algo para solucionar esta realidad? ¿Son necesarias soluciones globales? ¿Cómo puedes ayudar?
Repasemos algunas de las alternativas que propone Oxfam para luchar contra la desigualdad social mundial:
- Invertir en cooperación y desarrollo
La puesta en marcha de proyectos de cooperación y desarrollo es una buena vía para la reducción de la desigualdad. Los países más desarrollados deben implicarse de lleno en el diseño de iniciativas de este tipo, ya sea destinando más recursos o abriendo nuevos canales para las donaciones y contribuciones. Estas ayudas deben ir destinadas a los países con mayores necesidades sociales.
- Garantizar la protección de los civiles en emergencias humanitarias
Las guerras son causa directa de las migraciones forzosas en el mundo. Los países desarrollados pueden mitigar los efectos de estas situaciones atendiendo y brindando acogida a las personas refugiadas o desplazas internas. Por ejemplo, actualmente en Europa se implementan medidas de reubicación para millones de refugiados, casi todos de origen sirio, que llegan día a día a las costas del Mediterráneo.
- Creación de sistemas fiscales justos
Un sistema fiscal justo es aquel en el que cada persona aporta en función de los bienes y la riqueza que posee. Todos los países deben aprobar leyes orientadas en ese sentido. Entre otras cosas, porque la evasión fiscal impide que los gobiernos y las instituciones destinen recursos públicos a las áreas que más lo requieren, y contribuyen a la fuga de capital a paraísos fiscales o terceros países. Del mismo modo, es necesario promover prácticas contra la corrupción y la falta de transparencia.
- Mejorar el acceso a recursos públicos básicos
La desigualdad no es solo económica. También tiene que ver con el acceso a servicios básicos en las sociedades. La apropiación de recursos naturales por parte de potencias en otros países, así como la privatización de muchos de ellos, impide que millones de personas puedan llevar una vida digna. Los gobiernos deben promover el acceso a los recursos básicos y garantizar su calidad.
- Contribuir al cuidado del medio ambiente
Casi el 60 % de las migraciones actuales tienen causas medioambientales, sobre todo las que se producen del campo a las ciudades. Fomentar las prácticas sostenibles no solo contribuye a preservar el medio ambiente, sino que también ayuda a que millones de personas en el mundo permanezcan en sus sitios de residencia y no los abandonen en busca de nuevas formas de subsistencia.
- Reducir las brechas salariales
Los países más desiguales del mundo suelen ser los que presentan mayores brechas de salarios entre los trabajadores y los altos cargos o empresarios. Esta brecha es una de las fuentes directas de pobreza y marginación social. También se debe trabajar en la reducción de la distancia salarial entre mujeres y hombres.
Como ves, combatir la desigualdad no es una tarea sencilla, pero tampoco imposible
Con la concienciación de todos y todas, y la colaboración en la medida de las posibilidades de cada uno, los resultados pueden ser increíbles. ¡Apuesta por un mundo más justo, equitativo y sostenible, y empieza a notar el cambio!
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