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Hoy vamos a ser testigos de cómo la sociedad ha afectado la imagen de la discapacidad y centrándonos en la mujer.
Ser mujer y tener discapacidad implica una situación de doble discriminación
Esta situación a menudo pasa desapercibida, y resulta fundamental vencer para lograr la plena integración de quienes la sufren.
La lucha por la igualdad entre hombres y mujeres ha sido una constante de las últimas décadas en las sociedades desarrolladas. Aunque aún queden cosas por hacer, los avances han sido enormes y la función de la mujer tanto en la sociedad como en la familia se ha modificado profundamente. Puede decirse que la discriminación de la mujer por motivos de sexo se ha reducido notablemente.
Sin embargo, la situación cambia cuando nos referimos a un colectivo muy concreto, el de las mujeres con discapacidad. El hecho de ser mujer y, además, tener discapacidad, acarrea una doble discriminación: dentro del colectivo de las mujeres, les es mucho más complicado desarrollarse, acceder al mercado laboral y obtener una buena formación.
Como personas con una discapacidad, las mujeres se encuentran en una posición complicada por su especial vulnerabilidad, que afecta de manera diferente según el tipo de capacidad, pero que definitivamente es algo que los hombres con discapacidad sufren en una medida mucho menor.
La gran diferencia entre hombres y mujeres con discapacidad no surge de una exclusión de las primeras por razón de su sexo en programas de integración, proyectos socioculturales o en términos de salud, sino de la conjunción de circunstancias de la mujer y de las personas con discapacidad. De esta manera, su situación no es una suma de las condiciones de las personas con discapacidad y de las mujeres sino una combinación de ambas.
¿A quién y cómo afecta?
Por discapacidad se entiende, como señala la Organización Mundial de la Salud (OMS) todas aquellas deficiencias (es decir, los “problemas que afectan a una estructura o función corporal”), las limitaciones de la actividad (por las que se entiende las “dificultades para ejecutar acciones o tareas”), y las restricciones de la participación en situaciones vitales. Por tanto, una discapacidad es toda aquella condición física o mental que limita la capacidad de las personas para adaptarse a las condiciones laborales, a las infraestructuras urbanas o a la vida en sociedad de la manera en que lo hacen quienes no padecen ningún tipo de discapacidad.
Por esa razón, cuando hablamos de discapacidad nos referimos a las personas con alguna limitación física, psíquica o sensorial, por lo que también hay tener en cuenta a aquellas personas que padecen algún tipo de enfermedad crónica o dolencia grave que condiciona sus condiciones de vida. Sin embargo, la discapacidad no depende sólo de la salud.
Desde hace ya algunos años se tiene en cuenta la variable social, es decir, cómo las concepciones sociales sobre lo que implica la discapacidad, sobre las posibilidades de participación de las personas que las padecen o las funciones tradicionalmente asignadas a ciertos colectivos o unidades sociales (como, por ejemplo, la familia), pueden influir en las limitaciones que conlleva sufrir alguna discapacidad. Precisamente por eso el hecho de ser mujer puede determinar a la persona con discapacidad.
“Si no quieres que te hagan lo mismo, tampoco lo hagas”
Tener estos dos factores en cuenta es importante para entender la especial situación que vive la mujer con discapacidad. Especialmente la dimensión social, pues es ésta la que podrá favorecer o dificultar en gran medida que cambie la imagen que se tiene de la mujer discapacitada. Es algo que conoce bien María Jesús Pérez, presidenta de la Asociación almeriense para la promoción de la mujer con discapacidad Luna , quien destaca la importancia que juegan en este sentido los medios de comunicación, quienes a lo largo de los últimos años han ido modificando la percepción que tenemos de la discapacidad.
Pero aunque los medios de comunicación influyan, la familia sigue siendo uno de los principales factores que contribuyen a perpetuar la función de la mujer discapacitada como una “eterna niña”, como señala Pérez. El problema reside a menudo en que los padres consideran a sus hijas con discapacidad especialmente débiles y vulnerables y limitan en gran medida sus actividades. Sin embargo, “los padres tienen que creer en sus hijas, para que la discapacidad no les impida ejercer su propia vida”.
Para concluir el artículo, os dejo una frase que aprendí hace unos años: antes de juzgar, mira en su interior.
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