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La manera de manejar las rabietas y la desobediencia en niños pequeños sigue siendo un tema debatido. ¿Es enviarlos castigados a su habitación demasiado severo o es necesario establecer límites? Esta cuestión ha generado controversia entre psicólogos y familias, reviviendo el dilema sobre la educación positiva, que aboga por prescindir de la coacción y el castigo. Sin embargo, este ideal podría ocultar peligros tras su aparente dulzura.
Es innegable que la educación debe rechazar cualquier forma de violencia, tanto física como psicológica. Las prácticas educativas brutales de épocas pasadas son impactantes: desde arrodillarse o usar el "rincón de pensar" hasta castigar en un cuarto oscuro, la lista de métodos punitivos es espeluznantemente extensa.
El equilibrio entre los límites y la educación positiva en la niñez
Frente a las rabietas y la desobediencia infantil, surge un dilema: ¿Es excesivamente riguroso enviar a un niño a su habitación como castigo, o es esencial establecer límites? Esta pregunta continúa dividiendo opiniones entre psicólogos y familias, reavivando el debate sobre la educación positiva que promueve la no coacción ni castigo. Sin embargo, este enfoque ideal puede tener consecuencias tanto benéficas como riesgosas.
Es innegable que la educación positiva debe erradicar cualquier forma de violencia, tanto física como psicológica. Las prácticas educativas brutales de épocas pasadas son aterradoras: desde arrodillarse hasta el uso de métodos como el "rincón de pensar" o la privación en un cuarto oscuro, la lista de castigos empleados es impactante y casi interminable.
A pesar de esto, la prohibición total de la violencia no implica rechazar la autoridad por completo. La coerción y el castigo también tienen sus méritos, y es sorprendente cómo la historia educativa a menudo es malinterpretada o pasada por alto en este debate.
El sueño de una educación sin coacción y castigo ya se materializó en la experiencia de los maestros de Hamburgo en los años veinte. Estos educadores comunicaron a sus alumnos desde el principio que no habría castigos ni sanciones, permitiendo total libertad. No obstante, esta audaz iniciativa fracasó, a pesar de más de una década de entusiasmo por parte de los maestros. Aunque creían que la libertad fomentaría el desarrollo infantil, el resultado fue la formación de grupos de niños indisciplinados.
Los niños requieren guía y a veces coacción. Freud lo resaltó en sus Nuevas conferencias, al afirmar que otorgar completa libertad a los niños sería un experimento instructivo para los psicólogos, pero perjudicial para los padres y los propios niños. La educación positiva demanda estímulo, respaldo y reconocimiento, pero no puede prescindir de la imposición de límites.
Refutando mitos en la educación sin coacción ni castigo
A menudo, los defensores de la ideología "ni–ni" (ni coacción ni castigo) mencionan experiencias educativas que, a pesar de sus afirmaciones, no han eliminado el castigo. Un ejemplo es la escuela de Iasnaya Poliana, fundada por Tolstói en 1859, que se presenta como modelo, pero en realidad empleaba la exclusión y la privación como castigos.
Otro caso es el de Maria Montessori. Aunque la Casa dei Bambini, que acogía a niños muy pequeños, es citada como ejemplo, su reglamento interno de 1913 indicaba que los niños "indisciplinados" y "descuidados y sucios" serían expulsados.
Incluso Summerhill, la escuela fundada por el pedagogo escocés Alexander Neill en 1921 y promocionada como un lugar de libertad, tenía sanciones como multas, amonestaciones y trabajos forzados, administrados por otros niños en un tribunal. Esto demuestra que el progresismo no siempre se encuentra donde se espera.
En general, las escuelas que afirmaban carecer de sanciones a menudo seleccionaban a un reducido grupo de alumnos, yendo en contra del principio de inclusividad. Además, ocultaban sus prácticas punitivas detrás de sanciones aparentemente "naturales".
Finalmente, resulta inaceptable que en algunas de estas escuelas los adultos hayan cedido su derecho a castigar y se lo hayan transferido a los niños, como sucedió en Summerhill.
La dimensión educativa del castigo: Más allá de la coacción
Las perspectivas vanguardistas no han rechazado por completo el castigo, sino que han explorado su potencial educativo. Una sanción educativa busca reafirmar una norma compartida, concienciar al joven sobre sus responsabilidades en crecimiento y establecer límites. Además, puede tener un carácter privativo.
Esta sanción educa al suspender temporalmente un derecho o poder, reduciendo momentáneamente las opciones y oportunidades del sujeto. Ejemplos como "No hablaré contigo mientras sigas siendo desagradable" o "Dejaré de ayudarte si no cumples tus responsabilidades" ilustran esta idea.
El castigo ya no debe verse como una condena, sino como una medida con sentido. En ciertas ocasiones, puede incluso ser reparador. Por ejemplo, limpiar una pared ensuciada o ayudar a otro niño con sus deberes como forma de enseñanza y reparación.
Con el enfoque de la educación positiva, resurge la importancia de establecer normas. Denis Jeffrey, un profesor de educación, señala cómo se renombran y suavizan términos. Sin embargo, la educación positiva implica enseñar y las normas son esenciales.
Es vital recordar que una norma tiene tres aspectos:
- Regularidad: Se repite de manera predecible.
- Restricción: Impone límites.
- Garantía de derechos.
Educar implica guiar al niño desde una comprensión religiosa de las normas hacia una concepción jurídica. Esto implica el paso de ver las normas como una autoridad trascendente e intimidante a percibirlas como límites que fomentan el juego y la transgresión, pero también aseguran un orden social.
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