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Las madres de determinados países de África tienen más de 100 veces más probabilidades de perder a un hijo que las de países ricos, según el primer estudio que compara la mortalidad infantil en 170 países.
El estudio, publicado en la revista 'BMJ Global Health', fue elaborado por Diego Alburez-Gutiérrez, del Instituto Max Planck de Investigación Demográfica (Alemania); Emily Smith-Greenaway, de la Universidad de Los Ángeles (Estados Unidos), y otros coautores.
Las causas de esta elevada mortalidad son evitables en la mayoría de los casos, y no son costosas, pero hace hace falta la implicación de los gobiernos y la comunidad internacional para ponerlas en marcha.
Millones de mujeres africanas propician, con su labor infatigable, el desarrollo de sus países
Las desigualdades internacionales en las experiencias de las madres sobre la muerte de un niño persistirán más allá de la mejora de las condiciones de mortalidad infantil, dada la variada historia demográfica de las poblaciones.
En los siete países menos afectados, entre ellos Japón, Finlandia y España, menos de 5 de cada 1.000 madres de entre 20 y 44 años han perdido alguna vez un hijo menor de un año. En Alemania, solo 6 de cada 1.000 madres han perdido un bebé.
En 34 países, la mayoría en África, más de 150 por cada 1.000 madres han experimentado la muerte de un bebé. Eso significa que las madres de estos países tienen más de 30 veces más probabilidades de haber tenido un hijo fallecido que las madres de los siete países con el número más bajo. Además, en hasta 16 países -todos ellos situados en áfrica subsahariana y Oriente Medio-, más de 200 por cada 1.000 madres han perdido un bebé.
Las mismas partes del mundo donde la carga acumulada de muerte infantil es más pesada para las madres son también los lugares donde menos se sabe de las implicaciones sociales, económicas, relacionales y sanitarias de la muerte infantil para las madres.
"Esperamos que este trabajo haga hincapié en que nuevos esfuerzos para reducir las muertes infantiles no sólo mejorarán la calidad y la duración de la vida de los niños en todo el mundo, sino que también mejorarán fundamentalmente la vida de los padres", concluye Smith-Greenaway.
Enfrentar el reto del embarazo en África
Los datos oficiales de Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud hablan por si solos: cada día mueren en el mundo alrededor de 800 mujeres debido a complicaciones del embarazo y el parto, y pierden la vida 19.000 niños y niñas menores de 5 años.
Otros datos significativos apuntan que cada año nacen cerca de 50 millones de niños y niñas sin ningún tipo de atención sanitaria, y tienen lugar 7,3 millones de partos de adolescentes menores de 18 años, de los cuales dos millones son partos de niñas menores de 15 años.
Erradicar la desigualdad debería ser uno de los principales objetivos para reducir la mortalidad materna e infantil, siendo la educación y el acceso a la información una herramienta prioritaria, dado que está sobradamente demostrada su eficacia y rentabilidad. Igualmente hay que seguir trabajando en mejorar el acceso a servicios de atención sociosanitaria, además de integrar el enfoque basado en derechos humanos en las políticas y acciones de cooperación y desarrollo. Solo así podrán decidir su futuro las personas que sufren las consecuencias de la pobreza, dejando de lado el mero papel de receptores de ayuda que se les ha otorgado hasta ahora.
La mujer africana, incansable e invisible
El PNUD también destaca que a pesar de que el mundo es globalmente más rico que nunca, más de 1.200 millones de personas todavía viven en condiciones de pobreza extrema, y la mayoría se encuentran en África subsahariana, donde se sitúan 37 de los 44 países más pobres del planeta.
La pobreza, además, tiene rostro de mujer, ya que el 70 % de los pobres del mundo siguen siendo mujeres.
La mujer de África no tiene una vida fácil, y juega un papel fundamental en el desarrollo, al igual que en el resto del mundo. Un papel que aún no está suficientemente valorado ni reconocido, en parte por las consecuencias de las tensiones producidas entre las leyes tradicionales y la legislación formal que reconoce sus derechos.
Esta mujer también ha sido madre en varias ocasiones. En la primera no contó con ningún tipo de atención sanitaria, y debido a su juventud sufrió complicaciones durante el embarazo y perdió a su primer hijo. El segundo embarazo tampoco contó con ayuda especializada, pero el bebé sobrevivió, aunque no pudo alimentarlo adecuadamente durante su infancia y sufrió retraso del crecimiento.
En su tercer embarazo, y gracias a unas campañas de sensibilización sobre salud maternal infantil que puso en marcha el gobierno de su país, supo que habían abierto un centro de salud en una aldea vecina, y como la cosecha fue buena ese año, tuvo los medios suficientes para poder realizarse los controles oportunos y ser atendida en el parto. Sufrió una hemorragia, pero esta vez sí recibió atención sanitaria y pudieron salvarse ella y su bebé.
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