
Lectura fácil
Aunque comúnmente asociamos el picante con un sabor más, en realidad no forma parte de los cinco sabores básicos: dulce, salado, ácido, amargo y umami.
Sorprendentemente, muchas personas disfrutan del picante, incluso sabiendo que puede provocar sensaciones de ardor o sudoración.
La explicación de esta peculiar sensación radica en la capsaicina, una molécula presente en los chiles. En lugar de activar las papilas gustativas, la capsaicina estimula los receptores TRPV1, que son responsables de detectar el calor y el dolor. Al consumir alimentos muy picantes, el cerebro interpreta esta señal como una quemadura, lo que provoca una respuesta defensiva en el cuerpo, como el sudor o la aceleración del ritmo cardíaco.
El placer oculto del picante
Cuando consumimos alimentos picantes, el organismo reacciona ante la sensación de “dolor” o ardor que producen ciertas sustancias, como la capsaicina, liberando endorfinas.
Estas son sustancias químicas producidas de manera natural por el cuerpo que actúan como analgésicos y generan una sensación general de bienestar y placer. La liberación de endorfinas es similar a la que experimentamos después de hacer ejercicio intenso, una actividad que también induce la liberación de estas hormonas, creando sensaciones de euforia y satisfacción. De esta manera, el picante se convierte en una experiencia no solo física, sino emocionalmente gratificante, ya que el cuerpo responde al “dolor” con una sensación de alivio y placer.
La adaptación hacia el placer
Este proceso de liberación de endorfinas puede ser interpretado como un mecanismo de adaptación del cuerpo a estímulos potencialmente incómodos o dolorosos. Así, lo que inicialmente puede sentirse como una experiencia intensa e incluso desagradable, se transforma con el tiempo en algo que las personas disfrutan de forma repetida. Con cada exposición al picante, el cuerpo se acostumbra y la tolerancia aumenta, permitiendo que se disfrute de manera más placentera.
Además, el gusto por lo picante no solo se debe a la adaptación fisiológica, sino también a factores culturales y sociales. A medida que las personas experimentan más veces la sensación de este ardor agudo, comienzan a asociarlo con emociones positivas, como la satisfacción de compartir una comida con amigos o familiares. En muchas culturas, los alimentos picantes son parte de tradiciones culinarias y se disfrutan en momentos de socialización, lo que refuerza la relación emocional con el picante. Esta asociación con momentos de disfrute social contribuye a que el gusto por esta sensación se desarrolle y se intensifique con el tiempo, convirtiéndolo en una experiencia que va más allá de lo meramente físico, siendo también un estímulo emocional y culturalmente enriquecedor.
Los retos virales
Los desafíos alimentarios en redes sociales son populares, ya que buscan aceptación y validación. Publicar videos de estos retos libera dopamina. Cheney, quien disfruta comer pimientos, comparte su experiencia y agradece la comunidad virtual que ha creado. Sin embargo, estos desafíos pueden ser peligrosos.
Se han registrado muertes relacionadas con el consumo de alimentos extremadamente picantes o ácidos, como el caso de un adolescente en Massachusetts y una niña en el Reino Unido que sufrió quemaduras en la garganta.
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