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Johannesburgo, 15 feb (EFE).- Cyril Ramaphosa asumió la Presidencia de Sudáfrica hace hoy un año con una misión: empezar a arreglar los desaguisados de su predecesor, Jacob Zuma, manteniendo en precario equilibrio los intereses contrapuestos de los actores sociales, políticos y económicos hasta las próximas elecciones.
Ramaphosa llega a este aniversario sin haber logrado "milagros" para los graves problemas estructurales del país, como el elevado desempleo (27,1 %), la tasa de pobreza (por encima del 50 %) o el débil crecimiento económico que, a falta de cifras oficiales definitivas, se estima que no llegó al 1 % en 2018.
Tampoco ha sabido recomponer el deteriorado tejido de las empresas estatales, como la eléctrica Eskom (endeudada en 30.000 millones de dólares), que esta semana ha tenido a oscuras a decenas de miles de sudafricanos por su incapacidad de dar abasto a la demanda energética.
El "nuevo amanecer" que prometió al jurar el cargo -solo un día después de que su partido, el poderoso Congreso Nacional Africano (CNA), obligase a Zuma a dimitir por sus numerosos escándalos- todavía no se ve en el horizonte, si bien se entiende que un año era un periodo demasiado corto para ver auténticos resultados.
Las señales enviadas, sin embargo, en materias como la lucha contra la corrupción -que salpicaba a casi todos los niveles de la Administración de Zuma- y un discurso que ha mejorado la credibilidad de Sudáfrica a nivel local e internacional parecen suficientes para garantizarle la victoria, según los primeros sondeos, en las elecciones generales del próximo 8 de mayo.
"Cuando vienes a ser líder después de un periodo tan desastroso, empiezas con un muy umbral bajo. El listón está puesto tan abajo que incluso un destello de ser distinto a tu predecesor te diferencia y te ganas a la gente", indicó a Efe Lukhona Mnguni, analista de la Universidad de KwaZulu-Natal.
Las encuestas apuntan, no obstante, que las de 2019 serán las primeras elecciones que el CNA ganará con menos del 60 % de apoyo desde la llegada de la democracia (1994).
"Lo que falta, para mí, no es una varita mágica que pueda solucionar estos problemas en el tramo de un año, sino tener una visión apreciable y bien articulada para darle la vuelta a la situación", señaló Mnguni.
Para los expertos, el Ramaphosa de este primer año de presidencia es una especie de malabarista que, a veces con posturas ambiguas, ha jugado con intereses enfrentados, evitando tanto dinamitar su apoyo popular de base como mandar señales negativas a los mercados.
"Todavía tenemos que ver al verdadero Ramaphosa levantarse después de las elecciones de 2019. Por ahora, es un Ramaphosa en riesgo, es un Ramaphosa amable, es un Ramaphosa conciliador y mediador", explica a Efe KJ Maphunye, jefe de Politología de la Universidad de Sudáfrica (Unisa).
Procedente del mundo sindical pero también exitoso hombre de negocios, Ramaphosa ha tenido que lidiar, por ejemplo, con las tensiones internas del CNA que le obligan a compartir mesa con Zuma mientras pronuncia discursos contra la corrupción.
"Está constreñido políticamente porque Zuma es popular en muchos cuadros del CNA y es capaz de moverse por el país e ir a sitios donde le reciben con brazos abiertos (...). Pero el votante que está buscando el nuevo amanecer y el cambio del que habla Ramaphosa va a estar muy preocupado por cómo mantiene cerca a Jacob Zuma", argumentó Mnguni.
De un modo similar, Rampahosa balancea las promesas de rápida mejora social, dirigidas directamente a la mayoría negra empobrecida -base electoral del CNA-, con un discurso mucho más ortodoxo al tratar a los empresarios e inversores.
Un buen ejemplo de esta estrategia es la polémica reforma del sistema de propiedad de la tierra, aún mayoritariamente en manos de la minoría blanca pese a que ya han transcurrido 25 años desde el fin de la segregación racial del "apartheid".
Como líder del CNA, está impulsando una populista reforma de la Constitución para incluir la opción de expropiar suelo sin compensación que hace temblar los mercados. A los empresarios, sin embargo, les promete que no se hará nada que ponga en riesgo la economía y la producción agrícola.
En la práctica, a día de hoy, nadie sabe exactamente en qué se va a traducir una reforma de tierras liderada por Ramaphosa.
A nivel de política exterior, el presidente ha buscado recuperar algo del liderazgo continental evaporado bajo el mandato de Zuma, pero la moderación ha guiado sus decisiones, por ejemplo, cuando el vecino Zimbabue ha reprimido a los ciudadanos por manifestarse.
La Sudáfrica de Ramaphosa -alineada con Rusia y China por pertenecer al bloque de potencias emergentes BRICS, que incluye también a Brasil e India-, sí ha sido firme al defender el multilateralismo y el libre comercio frente al auge del nacionalismo y el proteccionismo.
En los próximos meses, Ramaphosa estará volcado en la carrera electoral para legitimarse con el aval de las urnas, con las promesas de lucha contra el desempleo y la pobreza, y el combate contra la corrupción.
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