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Un trastorno de la conducta alimentaria (TCA) es un trastorno mental que genera un comportamiento patológico frente a la ingesta de alimentos a veces acompañado de una obsesión por el control del peso. Los factores por los que se desencadenan son múltiples y, aunque hay un fuerte componente socio cultural en ellos, cada vez hay más estudios orientados a la investigación de sus bases neurobiológicas y a considerar que genes, hormonas, redes neuronales y alteraciones cerebrales pueden modular el comportamiento de los pacientes.
Avanzar en este conocimiento permite no solo entender sus mecanismos, sino también diseñar estrategias de tratamiento más precisas y personalizadas. Según informa la revista Consumer, más de 400.000 personas en España sufren un trastorno de la conducta alimentaria (TCA), el 90 % son mujeres.
Aunque a menudo los TCA, se han vinculado a un contexto sociocultural marcado por determinados estándares de belleza, “en su aparición y mantenimiento intervienen muchísimos otros factores”, explica a la revista Consumer, la psiquiatra Marina Díaz Marsá, responsable de la Unidad de TCA del Hospital Clínico San Carlos (Madrid). “Lo primero que hay que entender es que estos trastornos son una forma de manejar un malestar profundo que viene de otro sitio. La delgadez solo es la punta del iceberg de causas profundas que suceden por debajo y eso es lo que hay que tratar”, analiza Díaz.
La alteración de la regulación de las emociones, un rasgo común de personas con TAC
Un elemento clave que se presenta en las personas con un trastorno de la conducta alimentaria es la alteración en la regulación de las emociones. Es decir, tienen dificultad para reconocer emociones y controlarlas en situaciones de estrés. “Una conducta alimentaria anómala iría encaminada a regular estos estados emocionales adversos”, explica Marina Díaz a la revista Consumer.
Ese descontrol emocional está relacionado con disfunciones en nuestro sistema nervioso, que pueden ser genéticas o fruto de situaciones estresantes. También se puede deber a alteraciones de algunas áreas del cerebro. Recientemente, también se ha comenzado a investigar la alteración, en personas con TCA, de diferentes parámetros inflamatorios y del estrés oxidativo.
Las investigaciones sugieren además, que modulando los rasgos de personalidad se mejora también los síntomas de estos trastornos. Y es clave, entender que el temperamento es algo heredado y que, por lo tanto, hay bases genéticas para estos trastornos.
Las personas con TAC también tienen alteraciones en la forma de interactuar con su entorno, en la capacidad de entender al otro y al mundo. Estas disfunciones en la cognición social se han relacionado con los niveles de oxitocina, una hormona que determina la capacidad empática, de apego, de entender a los demás.
Actualmente se realizan investigaciones más allá de la neurobiología, trabajos que se centran en factores hormonales o ponen el foco en la saciedad o la ingesta. En los últimos cinco años ha comenzado a estudiarse la activación y desactivación de unas neuronas, conocidas como AgRP, que gobiernan el impulso de comer y las señales de hambre y saciedad, se piensa que la manipulación de estas neuronas podría llegar a servir para restablecer patrones alimentarios normales. En este sentido, Díaz Marsá corrobora que hay muchas líneas de investigación.
Un cambio en los tratamientos
A medida que se va avanza en las bases neurobiológicas de los trastornos de la conducta alimentaria se comprende mejor su complejidad. Los tratamientos ahora se dirigen a ofrecer terapias dirigidas a la regulación emocional, a la cognición social, a la rehabilitación neurocognitiva, a reparar el vínculo, el apego…
“Todos los hallazgos, al final, están haciendo cambiar la forma de psicoterapia. Te das cuenta de que el tratamiento cognitivo-conductual (combinación de terapia psicológica, educación sobre alimentación, supervisión médica y, en algunas ocasiones, la administración de fármacos) se queda muy corto y no es eficaz, sobre todo en las pacientes adultas”, comenta la responsable de la Unidad de TCA del Hospital Clínico San Carlos.
Estas bases, asimismo, están permitiendo el desarrollo de líneas de tratamiento farmacológico. “El diagnóstico nos puede ayudar a identificar si necesitamos un fármaco u otro. En definitiva, una ayuda para que la psicoterapia sea más eficaz”, añade Díaz. Ya que se están desarrollando estudios para identificar los genes que participan en el desarrollo de los TCA. Es decir, ir aún más lejos, averiguar si estas disfunciones neurobiológicas están propiciadas por uno o más genes.
Finalmente, la doctora Díaz Marsá afirma, “es un proceso costoso, los pacientes deben estar como mínimo cinco años en tratamiento, pero se puede salir, se puede llevar una vida absolutamente normal”, finaliza.
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