En España, aunque existen leyes de accesibilidad, la realidad urbana sigue poniendo barreras: bordillos altos, adoquines imposibles, rampas inexistentes y plazas de aparcamiento mal utilizadas.
Solo el 5 % de los taxis están adaptados para personas con movilidad reducida, y muchos no están siempre operativos. Esto limita su acceso a actividades diarias y genera discriminación.