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Las personas con discapacidad suelen ser los grandes damnificados de las situaciones de crisis; en las de índole económica, son los primeros expulsados del mercado de trabajo; en pandemias como la que estamos viviendo, son de los que más resiliencia están demostrando, y también de los últimos en recibir apoyos adecuados. Si esto es así aquí, imaginaos en un campo de refugiados.
Una expedición compuesta por miembros de la Asociación Riojana de Amigos de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), Aspace, ONCE y ARPA Autismo partió el 7 de abril a territorio saharaui. Su cometido era ofrecer una formación básica y conocimientos a las personas que trabajan a diario con el colectivo de la discapacidad, especialmente con los niños.
La conclusión de su viaje deja claro que las personas con discapacidad refugiadas son los grandes olvidados en los discursos sobre migración y en las políticas de ayuda humanitaria. Tenemos que hacer algo.
Medios y ayuda para vivir un poco mejor, y un poco más
Varias entidades de la discapacidad acaban de llegar procedentes del Sáhara, donde han comprobado cómo es trabajar con niños con discapacidad en un campamento de refugiados.
Quienes salieron de España cargados con material de apoyo para la escuelas y centros especiales han regresado con la maleta llena de lecciones de vida. Con “una lección de humildad” aprendida. “Les faltan las necesidades básicas y aun así se esfuerzan para que un niño autista evolucione o esa niña ciega tenga unas gafas”, asegura la responsable de la ONCE Rioja, Belén González.
Los campamentos saharauis están divididos en cinco distritos o ‘wilayas’ que están situados al sur y sudeste de Tinduf. Según una estimación aproximada, puesto que no existe un censo informatizado ya que se elabora manualmente, se calcula que existe una población de 200.000 personas en estos asentamientos, de las cuales 300 son personas con alguna discapacidad.
Una de las primeras paradas que hicieron en los campamentos de refugiados del Sáhara fue en el colegio de discapacidad sensorial de El Aaiún. “Me sorprendió en positivo la atención que se les está dando a estos niños, mejorable como todo, pero con los medios que tienen y en la situación socioeconómica y de conflicto en la que se encuentran es digna de admiración”, confiesa en una entrevista a Servimedia Belén González. “Allí no existen oftalmólogos, algo muy necesario, porque tiene que haber muchos problemas visuales por la luz tan intensa que hay, por las ventiscas de arena”, continúa.
Belén no puede borrar de su retina la imagen de una niña con unas inmensas gafas rosas. “En aquel centro de discapacidad visual solo había niñas que llevaban gafas estándares, que lo mismo eran del vecino. No estaban graduadas adecuadamente para ellas", se lamenta. "Y lo más grave es que nos dijeron que nunca les había visitado un oftalmólogo”, declara. Ahora, tras este breve acercamiento a la realidad de estos niños con discapacidad algunos miembros del equipo reconocen que "les ha cambiado la mirada".
¿Qué consecuencias produce vivir en esas condiciones?
En una situación de refugio, caracterizada por necesidades extremas, sin posibilidad de desarrollo, dependiente de la ayuda humanitaria internacional, todo es precario y difícil. Y lo es para más para las personas con discapacidad.
El impacto en la esperanza de vida de estas últimas es tremendo, está en los 45 años. Esto, visto desde el punto de vista de uno de los países más longevos del mundo, también para las personas con discapacidad, lo dice todo.
“En España somos profesionales que nos hemos preparado en una universidad y trabajamos en buenas condiciones. Pese a todo, en algún momento, nos desmotivamos y nos quejamos”, reflexiona el psicólogo de la Asociación de Autismo Rioja, Rafael Elícegui en voz alta. “A ellos les faltan las necesidades básicas, las comunicaciones. ¡Tantísimas cosas! Aun así, se esfuerzan para que ese niño autista evolucione o una niña ciega tenga unas gafas”. Desde luego “les faltan medios, pero les sobra voluntad”.
Los miembros de este equipo han facturado todo el material que les permitía las líneas aéreas
Las muestras de agradecimiento se han sucedido constantemente a lo largo de la visita. “Que nos vieran allí ha sido un chute de ánimo para los chavales”. Cuando se trata de niños con discapacidad intelectual “la comunicación es mucho más que palabras y aunque no lo verbalicen nos han transmitido su alegría de otra manera”, afirma Rafa, psicólogo de la Asociación de Autismo.
Todos recuerdan con cariño cuando fueron a un centro especializado en síndrome de Down. “Entramos en el aula y lo primero que hizo uno de los chicos fue dar al 'play' del radiocasete y ponerse a bailar”. “Allí estuvimos todos bailando. La verdad es que fue una experiencia muy bonita y ellos se quedaron encantados”, rememora Katia, sanitaria del hospital Fundación de Calahorra.
Hay una frase que representa el sentimiento de toda la expedición equipo durante el viaje. Una frase que el presidente de la Asociación de Amigos del Sáhara, José Tomás, repetía casi como un mantra: “Puedes imaginarlo, pero hay que venir a verlo”. Este jubilado de La Rioja se queda con “la gratitud y la energía que han demostrado las voluntarias locales” y “la alegría de los chicos”. Asegura que "esto es sólo un prólogo de lo que tiene que venir después” y habla de proyectos futuros de colaboración por ambas partes.
Han dotado a centros y a algunas familias de colchones posturales antiescaras que mejoran notablemente la calidad de vida de los niños con parálisis cerebral y sin movilidad en las piernas. Para estos pequeños el hecho de no tener una silla de ruedas supone vivir atrapados dentro una jaima. Prisioneros en un campamento de refugiados.
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