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Las colas del hambre para recoger alimentos, erradicadas hace años por las entidades sociales, son más largas que nunca este 2020.
No todos los años optan a quedar marcados en rojo y para la posteridad. Este sí. Los niños no han podido ir a clase, los jóvenes no han ido a la universidad. Los autónomos han cerrado sus negocios y los trabajadores por cuenta ajena han acabado en ERTE o viendo cómo despedían a sus compañeros. La gente ha pasado y sigue pasando hambre, ha aplaudido a las 20:00h y ha cumplido años en soledad, soplando las velas por videoconferencia.
Y todo empezó con ese primer positivo de coronavirus del 31 de enero. El turista alemán de La Gomera que había estado, en su país, con gente que había sido contagiada en una charla de empresa, impartida por una ciudadana china cuyos padres habían visitado Wuhan unos días antes de ir a verla a ella a Shanghái.
Diez de la mañana. Hora de reparto en el Banco de Alimentos: colas del hambre abarrotadas
Hace dos décadas, quienes hacían cola para recibir alimentos eran personas sin hogar, sin recursos y en muchos de los casos, con adicciones. En esas colas del hambre también había migrantes recién llegados en busca de un futuro mejor. Los perfiles de aquella pobreza que parecía irreal para la clase media o acomodada los formaban pues quienes lo habían perdido todo o quienes habían llegado sin nada.
Ahora, la Covid no solo ha matado personas. Ha matado empresas, un modo de vida y ha hecho que la gente pase más hambre que nunca.
Hoy, las colas del hambre han regresado y a esos mismos perfiles mencionados antes, se suman parados de larga duración y trabajadores precarios que tienen que decidir si, con su escaso sueldo, pagan el alquiler o llenan la nevera.
Las colas del hambre se repiten en todas las ciudades, en todos los municipios de España
A nadie le gusta pedir comida y menos mostrar sus miserias. En las filas de personas esperando alimentos solo se escucha silencio. Por eso, las entidades sociales que trabajan con los más vulnerables empezaron a erradicar las colas del hambre hace más de una década con dos objetivos:
- Eliminar la "vergüenza" de visibilizar la miseria.
- Dignificar la pobreza y dar autonomía para consumir los alimentos que uno prefiera y no "los que te toque".
Así, durante unos años, estas entidades han repartido vales de compra en un supermercado, economatos, comedores sociales y entrega de platos cocinados como si de una casa de comidas para llevar se tratara.
Cruz Roja o Cáritas, pioneras en la erradicación de las colas del hambre
Los bancos de alimentos de toda España han triplicado sus atenciones y las entidades sociales no dan abasto para atender a las miles de familias que han llamado a la puerta durante la pandemia.
Casi 10 millones de personas eran pobres o estaban en riesgo de exclusión en España antes de la emergencia sanitaria, según datos de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social (EAPN-ES), una organización que engloba a más de 8.000 ONG en todo el territorio nacional.
Oxfam Intermón asegura que, si no se ejecutan políticas sociales, la pandemia traerá 1,1 millones más de personas empobrecidas a España y la cifra de personas vulnerables alcanzará los 10,9 millones. Es decir, pasar del 20,7 % de la población en situación de pobreza antes de la Covid-19 al 23,07 %.
Las autonomías han diseñado "planes de choque" para minimizar el impacto de la Covid-19 en las familias más vulnerables
El Gobierno central aprobó el Ingreso Mínimo Vital (IMV) como la principal herramienta contra la pobreza pero no llega a las familias. Cuando se puso en marcha, se calculaba que llegaría a 850.000 hogares. La realidad es que la han solicitado 1,1 millones de personas, pero solo la reciben el 14 % de las familias que la necesitan.
Las ayudas se tramitan con retraso pero las facturas llegan cada mes. Los desahucios continúan a pesar del compromiso de un decreto que los prohíba hasta que finalice la pandemia. Los alquileres alcanzan precios que las familias no pueden pagar.
Con esto cada día hay miles de familias haciendo fila en las colas del hambre para recibir alimentos y destinar sus escasos ingresos a los suministros básicos. Y la vida siguió, como escribiría Joaquín Sabina, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido. Además, aún quedan muchas dudas sobre el coronavirus: se desconocen sus consecuencias a largo plazo, las implicaciones que podrán tener futuras mutaciones y si las vacunas protegerán durante poco o mucho tiempo. Pero de todo hay siempre una lección positiva que sin duda prevalecerá, y es que la ciencia puede con -casi- cualquier enemigo que se le presente.
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