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Si bien es cierto que a lo largo de la historia en todo tiempo y lugar, el aprovecharse del candor y la ingenuidad de los bondadosos carentes de experiencia y de los ignorantes ha sido una constante por parte de los más espabilados en política. En el presente, la omnipresencia, poder de penetración e influencia de las nuevas tecnologías y medios de comunicación, combinada con ese tradicional recurso para conseguir el poder, se ha convertido en serio impedimento para poder seguir confiando en la adecuación de los principios tradicionales. Tal como se materializan en las instituciones.
La gran mayoría de las personas son o pretenden ser honradas consigo mismas
Partimos de una base realista en que reconocemos en términos generales que si bien la gran mayoría de las personas son o pretenden ser, así se reconocen, como honradas consigo mismas. Afirman querer el bien, su nivel de conocimiento, por razones justificadas o injustificadas, es deficiente para poder emitir un juicio crítico, cuyo valor está a su vez condicionado por su “circunstancia” particular.
Cuando el poder de influir en ese conjunto ciudadano es tan efectivamente poderoso y eficiente a la hora de dirigir las opiniones y criterios de esa mayoría, y estas abrumadoras herramientas son utilizadas por unas minorías, más o menos numerosas, que no respetan principios como la veracidad, objetividad o relatividad de unos postulados, para manipular el conjunto de las mentes y conductas de las personas. Todo para conquistar el poder a cualquier precio, estamos ante una gran amenaza a nuestras libertadas esenciales, entendidas como la posibilidad dentro de unas limitaciones, básicamente los derechos ajenos, a pensar, actuar y movernos según nuestro leal saber y entender.
Este ha sido uno de los grandes triunfos de la revolución liberal
A lo largo de los últimos siglos en el seno de la sociedad occidental (no así en las demás, sujetas a estructuras dogmáticas, religiosas o ideológicas, tradicionalmente muy rígidas). Estamos a punto de vernos en manos de una nueva forma de dominio, con guante de seda, en que los totalitarismos vuelvan a imponerse, fingiendo ser reflejo de la “voluntad” de la mayoría. La mayor falacia que ha bendecido la moderna sociedad “democrática” es pensar que porque una mayoría llegue a una conclusión, sea esta verdad.
No es que antiguamente tales prácticas no existieran: se podría hablar de asesinato, traición, calumnia, extorsión, dogmatismo, falsificación…El carácter moral del hecho no es nuevo, lo que destaca es su capacidad mediática para alcanzar sus fines. Siempre entre quienes han detentado el poder o buscan detentarlo, ha existido en economía y política una imperiosa voluntad de dominio de las mentes, los que no existían eran los medios tan absolutamente universales y eficaces como hoy en día en una sociedad interconectada casi a la fuerza. Las instituciones clásicas del sistema parlamentario de origen liberal, han convivido durante muchos años con filosofías políticas divergentes en lo accidental y algunas incluso hasta en clara contradicción con los dogmas liberales, su compatibilidad venía propiciada por un entendimiento: el respeto a una serie de normas fundamentales o básicas, y una separación de poderes, que tenían que ser aceptados por todos aunque no todos estuvieran de acuerdo con ellas.
El intento de las actuales políticas de izquierda, derivadas de una nueva visión del dogma marxista de la “lucha de clases” como motor de la historia, al quedarse sin ese supuesto, ha trasladado el modelo a la explotación de “oposiciones” que crean tensión y por consiguiente lucha y desequilibrio. Transformar la sociedad requiere de un conflicto que es donde se genera la posibilidad de destruirla y a partir de ahí crear al “hombre nuevo”… En realidad es una nueva utopía que se convierte en un infierno inviable. Con los medios y tecnologías actuales no es tan descabellado crear nuevas “religiones” que de alguna manera den soporte a las imposiciones ideológicas deseadas y den ocasión de dirigir en el sentido deseado a la población, creando nuevos dogmas cuya oposición supone a quien le lleve la contraria reo de anatema.
Hay que fomentar el conflicto en nombre de una supuesta objetividad y corrección política: hombre – mujer, familia- colectivo, emigrante - nacional – blanco- negro, calentamiento- enfriamiento, cambio climático– evolución natural, homosexual-heterosexual, ecología- desarrollo, campo –ciudad… como si estos conceptos no fueran complementarios sino opuestos e incompatibles. En realidad son nuevos dogmas que sirven de excusa y palanca, para imponer nuevas normas de conducta que confieren poder a quien lo detenta a través de los actuales mecanismos: cómo ha de ser la familia, como hay que comer, donde y como vivir, pensar, viajar, incluso para nacer y morirse habrá una forma correcta y una incorrecta que será anatemizada por una nueva “conciencia sostenible”.
Si para ello hay que anular la incómoda realidad, restringir las libertades o manipular todas las instituciones ¡hágase! bienvenidos al mundo feliz de Aldous Huxley, Orwell o Papini, no es ninguna novedad, ya ha habido muchos ensayos en el pasado desde otros puntos de vista, pero habíamos conseguido en parte y a costa de mucha sangre superar ese sistema de dogmas sagrados, y ahora, es trágico ver como por otros medios, utilizando nuevas tecnologías, vuelven a querer levantar la cabeza los mismos instintos manipuladores y liberticidas, con otras mascaras aunque con el mismo fondo: acceder al poder crudo, puro y duro… ¿Habrá que plantearse para salvar nuestras propias libertades algún mecanismo que limite ese tremendo efecto combinado del ingenuo voto universal y los medios de información colectivos?
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