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Hoy se cumplen 41 años del golpe de Estado que pretendió fulminar la entonces joven democracia española. Han pasado más de cuatro décadas pero aquella fatídica fecha sigue envuelta en la duda. Se destruyeron documentos y grabaciones que podrían haber aclarado ciertas incógnitas que rodean aún el deleznable suceso.
Aquel 23 de febrero de 1981 se celebraba en el Congreso de los Diputados la votación de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo como presidente del Gobierno, cargo vacante tras la dimisión de Adolfo Suárez. El diputado de UCD José Manuel García Margallo inició la votación, pública y por llamamiento.
A las 18:23h, cuando el diputado socialista Núñez Encabo se disponía a votar, el teniente coronel Antonio Tejero Molina, junto a unos 200 guardias civiles, irrumpió en el hemiciclo al grito de “¡quieto todo el mundo!”. Esa frase y la pronunciada seguidamente, "se sienten, coño", junto al característico bigote, tricornio y pistola apuntando al techo del asaltante, se convirtieron en símbolos de aquella tarde oscura que pasó a la historia.
Fue una noche de calles vacías y silenciosas, persianas bajadas, incertidumbre y miedo en el interior de los hogares. Una larga noche con final feliz: el golpe fracasó y el corazón de nuestra joven democracia ha seguido palpitando con fuerza.
España es hoy, como dice la Constitución, un Estado Social y Democrático de Derecho. Por mucho que le pese a un partido ultraderechista que rechaza el Estado de las Autonomías, desprecia el feminismo y niega la violencia de género, pero acepta los sueldos que la democracia paga a sus diputados y la asignación económica que las Cámaras otorgan a los grupos parlamentarios. Entre tantas incoherencias, otra más.
El fracaso del golpe de Estado
Los estudiosos de aquel golpe de Estado refieren dos o tres hechos fundamentales en su fracaso. El primero de ellos, la conversación telefónica que mantuvieron Sabino Fernández Campo, entonces jefe de la Casa Real, y José Juste, encargado de la División Acorazada Brunete.
Fue entonces cuando Fernández Campo supo que el general Armada estaba involucrado, y Juste tuvo la sospecha de que Armada mentía o no decía toda la verdad. Y decidió llamar a su superior, Quintana Lacaci, un franquista no sublevado que estaba al frente de la región militar de Madrid.
Esa llamada, según debate21.es, impidió que la División Acorazada Brunete saliera a las calles de Madrid, como pretendían los insurrectos Torres Rojas, San Martín y Pardo Zancada. Otra consecuencia directa de esta conversación telefónica fue que Fernández Campo evitó que Armada acudiera a Zarzuela a entrevistarse con el Rey.
El otro hecho fundamental fue la llegada de Armada al Congreso con la famosa lista del Gobierno de Concentración que los golpistas querían para España. Armada era la autoridad militar cuyas instrucciones esperaba Tejero, pero durante la reunión de una hora que mantuvieron montó en cólera por la condición izquierdista de algunos nombres incluidos en la lista, como Felipe González, Gregorio Peces-Barba o Ramón Tamames.
Precisamente, antes de que acabara esa reunión, TVE emitió el mensaje en el que el entonces rey Juan Carlos I hizo pública su oposición al golpe de Estado antes de que fracasara completamente. El mensaje marcó el fin de la insurrección.
Las incógnitas
Quizás la duda más comentada del 23F sea la supuesta participación del Rey Emérito en la intentona golpista, hipótesis que todavía hoy genera controversia, aunque la mayoría de los expertos lo desmiente. Juan Francisco Fuentes, historiador y autor del libro 23 de febrero de 1981: El día en que fracasó el golpe de Estado, ha asegurado a Onda Cero que se trata de "un mito sin fundamento. Si todavía se habla de dicha participación es por la situación actual del del rey emérito".
Entre las incógnitas que quedan por resolver, la discutida posición del CESIC (el Servicio de Inteligencia, actual CNI), la trama civil, por la que solo condenaron al ultraderechista Juan García Carrés, y la participación de EE.UU., que llevó sus tropas a nuestras costas y cortó la comunicación militar con España.
Dudas que podían haber aclarado las cintas con las grabaciones de las conversaciones telefónicas mantenidas desde el Congreso la noche del 23F a través de los teléfonos pinchados por orden del Gobierno Provisional. Contenían 92 horas de grabaciones. Dónde están y quién las hizo desaparecer es la gran incógnita.
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