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Los tests rápidos de COVID-19 son una solución que puede parecer efectiva para ver si tenemos la enfermedad y poder hacer nuestros planes inmediatos y más si cabe si nos dicen que ahora están más cerca que nunca esas vacaciones de verano que no queremos perdernos: playa, chiringuito, es decir, todo aquello con lo que llevamos soñando más de 300 días. Estos tests se pueden hacer en Madrid desde finales de mayo, una época donde la pandemia ha remitido (que no terminado) y por 25 euros por persona puedes realizarte la prueba.
Las pruebas diagnósticas privadas, sin más indicación que la propia curiosidad de quien se las hace —o cuando las exige pero no las paga una empresa—, se han generalizado con el paso de las semanas y la llegada de las vacaciones. Las ofrecen cada vez más laboratorios y consultas privadas, pese a que los especialistas insisten en que tienen poca utilidad y hay que saber interpretar los resultados. Se encuentran test de anticuerpos desde 25 euros y PCR, que detecta la presencia del virus en ese momento, desde 90.
Los responsables de Sanidad instan a seguir sus recomendaciones
Los responsables de Sanidad mantienen las recomendaciones que hacían tras el estado de alarma: “las pruebas deben hacerse a personas con síntomas, sospechosos o personas que hayan estado en contacto con positivos. Y siempre bajo prescripción médica”. Además, estos test rápidos que cuestan menos de treinta euros pueden no resultarnos del todo fiables.
¿Cuál es el problema con las pruebas PCR? Jordi Vila, presidente de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología (SEIMC) ha explicado al diario El País que “la solicitud de una PCR siempre debe partir de un médico. Ofrece una foto instantánea. Si da negativo lo único que indica es que hoy no lo tienes pero no sabes si dentro de dos o tres días puedes haberte contagiado”. Además Vila ha concluido que la interpretación de estas pruebas siempre debe hacerlas un médico.
Las pruebas compradas en países asiáticos pueden dar falsos positivos y negativos
Según ha indicado Ortí al diario El País, muchas pruebas rápidas compradas en países asiáticos “tienen una sensibilidad baja”. Dan falsos positivos y falsos negativos en mucha mayor proporción que pruebas de laboratorio como ELISA o CLIA. Estos test rápidos son útiles desde un punto de vista epidemiológico, por ejemplo, para hacer cribados en residencias o en centros sanitarios bajo el control de preventivistas.
Ortí ha indicado al diario nacional que “la prescripción médica que ahora es recomendación fue obligación durante el estado de alarma, pero las clínicas se lo saltaban”. En la web indicaba que era necesaria prescripción y que, de no tenerla, un internista visitaría al paciente antes. Instrucción que se repetía al pedir cita telefónica. Una vez allí, ni rastro del médico. “No hace falta”. La misma persona que hacía la extracción era la encargada del cobro. En lugar de preguntar si la paciente había tenido síntomas y cuándo, inquirió qué anticuerpos quería hacerse.
¿Cuál es la fiabilidad de los tests rápidos?
Los expertos señalan que la fiabilidad de los test rápidos deja mucho que desear. Ante ello, Jordi Vila toma la palabra para avisar a la población: “hay cientos de pruebas diagnósticas para detección de anticuerpos en el mercado. Ha habido una avalancha. Tanto la FDA americana como la Unión Europea han dado vía libre a que se comercialicen kits diagnósticos que tienen una sensibilidad y especificidad muy bajas y no son adecuados para el diagnóstico individual”
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