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Investigadores del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC) y de la Universidad de Granada (UGR) han estudiado cómo las crisopas verdes (‘Chrysoperla pallida’), insectos que viven en áreas agrícolas o con abundante vegetación, se adaptan a las temperaturas extremas causadas por el cambio climático y cómo la falta de diversidad genética afecta a este proceso.
El estudio, publicado en la revista Biology Letters, revela que, frente al cambio climático y a una diversidad genética variable, las crisopas utilizan periodos de inactividad fisiológica o diapausa y ajustan sus tasas metabólicas como estrategias de adaptación.
La adaptación de las crisopas al calor
Los resultados sugieren que otras especies que experimentan diapausa invernal o hibernación podrían ser más eficaces en enfrentar altas temperaturas.
"En nuestro experimento expusimos larvas de crisopas a varios tratamientos diferentes: un grupo estuvo a temperatura control, otro a las temperaturas máximas alcanzadas en la meseta andaluza durante el verano, y el último a condiciones simuladas de cambio climático, con un incremento estimado de 1,8ºC en la temperatura", explica Hugo A. Álvarez, investigador del MNCN que lideró el estudio.
Las líneas genéticas endogámicas
Álvarez destaca que “durante los dos años del estudio en las instalaciones de la Universidad de Granada, se desarrollaron dos líneas genéticas: una endogámica, formada por individuos que resultaron del apareamiento entre hermanos, y otra exogámica, creada a partir del apareamiento entre individuos no emparentados. El objetivo era investigar si la menor diversidad genética en la línea endogámica influye en la capacidad de adaptación al cambio climático de los animales”.
“Los resultados nos sorprendieron. Como era previsible, en condiciones estivales el metabolismo se aceleró, lo que hizo que el desarrollo larvario fuera más rápido. Sin embargo, en condiciones de temperatura extrema, ambas líneas redujeron su metabolismo, entrando en un estado de letargo y cambiando de color. Este comportamiento es típico durante el invierno, cuando los individuos suelen entrar en diapausa, y generalmente lo observamos en los adultos, no en las larvas”, aclara.
La diapausa invernal para sobrevivir a temperaturas extremas
Los investigadores sugieren que, durante el experimento, las crisopas emplearon la diapausa invernal para sobrevivir a las temperaturas extremas del verano. Dado que en el laboratorio no disponían de sombra para regular su temperatura, utilizaron un mecanismo de regulación metabólica. Esto demuestra una notable capacidad de adaptación o plasticidad natural.
Por otro lado, se observó que en la línea exogámica también hubo un cambio en la tasa metabólica en relación con el tamaño de los individuos. En el caso de las crisopas más grandes de esta línea, ajustar su metabolismo para adaptarse a su mayor tamaño implicó un precio energético considerable.
El impacto de la mortalidad
Este coste se manifestó en la forma de mandíbulas más pequeñas, lo cual fue una consecuencia directa de la adaptación metabólica. En contraste, en la línea endogámica, este ajuste metabólico no se produjo. La falta de adaptación en la tasa metabólica en esta línea resultó en una mayor mortalidad entre los individuos, ya que no pudieron manejar eficientemente los costes energéticos asociados con su tamaño.
Álvarez concluye que “estos resultados son muy relevantes porque sugieren que las crisopas verdes que entran en diapausa o hibernación, ya sean vertebrados o invertebrados, podrían estar mejor adaptados para enfrentar el aumento de temperaturas anticipado debido al cambio climático”.
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