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Bernardeta Gómez era profesora de Biología en un instituto de Valencia cuando, hace 16 años, una septicemia la dejó ciega. Ahora, con 57 años, un implante dentro del cerebro le ha devuelto la vista permitiéndole percibir patrones y reconocer algunas letras del alfabeto. Incluso ha podido jugar a una versión sencilla del comecocos.
El sistema, diseñado por científicos de la Universidad Miguel Hernández de Elche (UMH), contaba con un centenar de electrodos colocados en la región cerebral encargada de la visión.
Es la primera vez que se usa esta tecnología en una persona ciega
La ceguera de la antigua docente volvió una vez que se desenchufó, pero ahora están reclutando nuevos voluntarios para ir más allá.
“Me pusieron el implante el lunes 22 de octubre de 2018. El martes ya estábamos con el experimento”, rememora Gómez. “Los tres primeros meses, lo que iba a durar la investigación, no avanzamos mucho, pero insistí en que se alargara. Fue entonces cuando empecé a distinguir cambios en la intensidad. Eran como lentejuelas muy luminosas y, según variaban los parámetros, las veía más o menos intensas, más o menos grandes”, añade.
Lo que Gómez llama “lentejuelas” son los llamados fosfenos, un fenómeno visual en forma de flashes o puntos luminosos. Cualquiera que se frote los párpados con cierta fuerza puede ver una lluvia de ellos con los ojos cerrados. En las personas ciegas son habituales y muchas veces espontáneos. En el caso de la exprofesora, los solía ver cuando se producía algún sonido fuerte o tenía un sobresalto, pero también de forma inesperada.
Una tecnología rompedora le devuelve la vista
El director del Grupo de Neuroingeniería Biomédica del Instituto de Bioingeniería de la UMH, Eduardo Fernández, explica que “la retina tiene una especie de mapa en el córtex cerebral que conecta con el campo visual. Este mapa retinotópico se había estudiado en personas que ven: estimulas una parte determinada y ves algo concreto y no otra cosa. Nos ha sorprendido que estas predicciones se cumplan completamente en una persona ciega. El mapa sigue ahí”, detalla.
El problema con el que se encontraban con la profesora a la hora de devolverle la vista es que unas veces aparecían al estimular el córtex occipital derecho (tras la oreja, en la parte superior), sede del procesamiento visual, y otras lo hacían de forma espontánea. Como bromea Gómez, “ellos [por los científicos] iban tan a ciegas como yo”.
Un primer paso
La investigación, en la que han participado científicos de la universidad alicantina, el Instituto de Neurociencia de Países Bajos, o la Universidad de Utah (Estados Unidos), es pionera en muchos sentidos. Lo que hicieron fue insertar una placa con 96 electrodos dentro del cerebro. Cada uno tiene una longitud de 1,5 milímetros y un diámetro de 80 micras.
Los neurocientíficos llevan varios años probando estas placas en personas con parálisis o incapacitadas para comunicarse. “Es la primera vez que se utiliza para devolver la vista a una persona y se implanta en la región visual del cerebro”, destaca el investigador de la UMH. Además, los electrodos no solo envían señales eléctricas, también recogen la respuesta neuronal, enviándola a un sistema externo. Algo igual de novedoso. Todos los detalles del estudio aparecen en la última edición de la revista científica Journal of Clinical Investigation.
El sistema se completó con una retina artificial (un procesador de imagen similar al de las cámaras, montado sobre unas gafas convencionales). Su misión era convertir el estímulo óptico en eléctrico, que es lo que activa al cerebro.
El trabajo muestra también lo mucho que queda por hacer
Sea como sea, los autores recuerdan que la experiencia es parte de una investigación, más que un tratamiento clínico. Como tal, tiene una serie de limitaciones que es importante tener en cuenta, y será necesario mejorar y calibrar muchos aspectos de esta tecnología antes de que pueda estar disponible en la clínica.
El objetivo, además, no es lograr devolver la vista completa a las personas ciegas (algo que, a día de hoy, no es posible) sino lograr más bien otorgarles un sentido de la vista funcional, que pueda permitirles percibir objetos y formas de su entorno y, quizás, interpretar textos, símbolos o señales.
Para que personas como Gómez puedan recuperar la vista, todavía hay que solventar varios problemas. Uno es el del número de electrodos. Los 96 usados aquí, que ocupan un cuadrado de 4x4 milímetros tendrían que ser ampliados y mucho. El equipo de Fernández publicó en la revista Science un experimento en el que usaron una placa con 1.024 electrodos para estudiar la respuesta cerebral, “pero fue en monos que veían”, recuerda el neurocientífico.
Otro obstáculo a esquivar es que nuestra protagonista tenía que estar conectada a una unidad central mientras participaba en las pruebas. Una vez terminaba, se desenchufaba y dejaba de ver esos fosfenos. Y transmitir y recibir de forma inalámbrica requeriría una energía que podría generar otros problemas.
Bernardeta Gómez asegura que no siente especial nostalgia por haber vuelto a ver un poco durante unos meses. En sus propias palabras: “Sabía a lo que iba. Tenía muy claro que no iba a recuperar la vista, pero siento una gran satisfacción personal y con eso ya me siento pagada”.
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