Azucena y Antonio, unos padres gitanos luchando por la educación inclusiva de sus hijos

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17/01/2025 - 10:38
Azucena y Antonio posan juntos

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Azucena López y Antonio Borja, un matrimonio gitano, han demostrado una tenacidad incansable en su lucha por garantizar una educación inclusiva para sus cuatro hijos. Uno de ellos, el pequeño José, tiene trastorno del espectro autista (TEA), lo que ha supuesto un desafío adicional para la familia. A lo largo de su camino, han tenido que enfrentarse a diversas barreras, desde la falta de recursos hasta los prejuicios, pero su amor y dedicación a la educación de sus hijos ha sido su motor.

Un desafío diario: la educación de cuatro hijos en centros diferentes

La familia vivió una etapa especialmente difícil, en la que tuvieron que gestionar la escolarización de sus cuatro hijos en centros distintos. Azucena y Antonio se dividían las tareas de acompañar a sus hijos a los colegios, algunos de ellos a distancias considerables. "Nuestra solución fue hacer un 'tour' por las mañanas para los más mayores, pues se tendrían que ir en autobús", explicó Azucena. Cada mañana, salían de casa una hora antes, coordinándose para no desatender a ninguno de sus hijos. Los más mayores tomaban el autobús, y cuando Antonio no podía recoger a José, Azucena tenía que hacerlo, a pesar de las malas comunicaciones. Esta rutina fue desgastante, pero nunca perdieron la esperanza.

Además de las dificultades logísticas, la familia tuvo que afrontar un coste económico importante. “Las terapias para José nos costaban unos 400 euros mensuales, y el sistema público solo cubre el apoyo hasta los seis años”, afirmó Azucena. A pesar de todo, nunca se rindieron. Decidieron que lo que más importaba era asegurar una educación inclusiva de calidad para sus hijos, sin importar las dificultades que tuvieran que superar.

El diagnóstico de autismo y la lucha por la inclusión

Cuando José fue diagnosticado con TEA a los tres años, la familia ya estaba en alerta por las señales que el niño mostraba. Sin embargo, el proceso para obtener el diagnóstico fue largo y frustrante. Azucena recordó cómo, tras un año de pruebas y respuestas vacías de "todo está bien", finalmente les informaron que José tenía autismo. "Fue un poco duro, pero sabíamos que debíamos enfrentarlo", relató Azucena.

Con el diagnóstico en mano, la familia tuvo que luchar por obtener una plaza en un centro con aula TEA, algo que no estaba disponible en todos los centros públicos. Como consecuencia, José tuvo que asistir a un centro más alejado de su hogar. Además, las terapias necesarias para su desarrollo también representaron un gasto adicional, ya que, como explicó Azucena, el sistema público solo cubre hasta los seis años de edad. “Lo que más duele es que los recursos para los niños con discapacidades son limitados, y las familias tenemos que movernos mucho para acceder a ellos", reflexionó Azucena.

El cambio de centro y la integración de José con sus hermanos

Con el tiempo, Azucena y Antonio decidieron hacer un cambio importante para evitar que José tuviera que enfrentarse a un cambio de centro en una etapa más complicada de su vida, cuando tuviera que pasar al instituto. Tras considerar varias opciones, decidieron trasladarlo de centro a una escuela que tuviera también instituto con aula TEA. Sin embargo, esto significaba que tendrían que reorganizar la escolarización de sus otros hijos. "Teníamos muy claro que el cambio de centro para José a los 13 años, sin conocer a nadie, sería mucho más difícil que hacerlo cuando es más pequeño", explicó Antonio.

El cambio fue duro para Ruth, la hija mediana, quien tuvo que dejar a sus amigos y adaptarse a un nuevo entorno. "Se nos caía el alma el primer día", recordó Azucena. Sin embargo, a pesar de lo difícil que fue para todos, el sacrificio valió la pena, ya que José pudo integrarse mejor en un centro donde continuaría con su educación inclusiva en un ambiente para todos.

Un ejemplo de superación

La historia de Azucena y Antonio es un testimonio de valentía y esfuerzo en la lucha por una educación inclusiva para sus hijos. "Creo que hemos hecho un buen trabajo, y seguiremos luchando", afirmó Azucena, llena de satisfacción por los logros obtenidos. A pesar de los obstáculos, sus hijos han demostrado que, con el apoyo adecuado, pueden superar las dificultades y alcanzar sus metas. Nazaret, la hija mayor, tiene 27 años, trabaja como programadora informática y tiene su propia familia. Antonio, el hijo mayor, está estudiando un grado superior de informática, mientras que Ruth está en tercero de ESO y José se encuentra en cuarto de Primaria, en un aula TEA.

Antonio, quien también ha vivido de cerca las dificultades del sistema educativo, subrayó que la clave para superar las barreras es el acceso a recursos adecuados y la lucha constante contra los prejuicios y una educación inclusiva. "Hay muchos factores que hacen que los gitanos abandonen los estudios. Si no les damos los recursos, estamos condenando a muchas familias a que no logren sus objetivos", afirmó Antonio durante su intervención en un acto reciente de la Fundación Secretariado Gitano.

La historia de esta familia gitana es un claro ejemplo de que, a pesar de las dificultades que plantea el sistema educativo, la perseverancia, el amor y la dedicación pueden marcar la diferencia en la vida de los niños con discapacidad y en la de sus familias.

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