¿Hacer deporte nos hace más inteligentes?

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06/03/2025 - 15:30
Chicos jugando al fútbol

Lectura fácil

Durante muchos años, existió un acuerdo generalizado sobre los beneficios del deporte para la cognición, especialmente en lo que respecta a las funciones ejecutivas, aquellas que nos permiten planificar, resolver problemas, organizar tareas y adaptarnos a nuevas situaciones. Numerosos estudios respaldaron la idea de que la actividad física tenía efectos positivos inmediatos, como esa sensación de claridad mental tras una sesión de ejercicio, y también a largo plazo, con beneficios acumulativos y duraderos. Aunque los niños y los adultos mayores eran los más beneficiados, se pensaba que todas las edades podían mejorar su rendimiento cognitivo si se mantenían activos.

El debate sobre el deporte y la cognición

En 2020, un metaanálisis dirigido por el investigador suizo Sebastian Ludyga y publicado en Nature consolidó esta creencia, presentando una conexión sólida entre el deporte y la mejora cognitiva que pocos se atrevían a cuestionar. Incluso la Organización Mundial de la Salud (OMS) respaldó este vínculo en una guía publicada ese mismo año. Con poca oposición en la literatura científica, se consideraba casi un hecho que el ejercicio físico no solo mejora la salud, sino también el rendimiento académico, la toma de decisiones y el desempeño laboral.

Algo cambió en 2023, cuando el español Luis Ciria y otros investigadores publicaron en Nature una revisión de 24 metaanálisis sobre el tema. Sus conclusiones fueron claras: no se podía afirmar que el ejercicio tuviera un impacto notable en la cognición. “Vimos que los resultados no eran sólidos y que el supuesto beneficio estaba muy dudoso”, afirmó Ciria en una videoconferencia.

Este trabajo provocó una respuesta de 21 investigadores de todo el mundo, entre ellos Ludyga y Boris Cheval, quienes habían estudiado la relación entre deporte y cognición. Esto generó una nueva réplica de Ciria y otros expertos. Ambos textos fueron publicados en 2024 en Nature, lo que desató una polémica científica sobre el tema. Como suele ocurrir en estos debates, todo gira en torno a complejas discusiones metodológicas.

Rigor científico vs. exclusión de estudios

El centro del debate está en los criterios para seleccionar los estudios válidos. Algunos creen que es importante separar los estudios que realmente muestran el efecto del deporte en la cognición. Otros piensan que los criterios de la revisión de 2023 son demasiado estrictos.

Según Ciria, solo se deben considerar los ensayos controlados aleatorizados (RCT), que son los más fiables para establecer relaciones de causa y efecto. Además, su revisión excluyó cualquier actividad que requiera esfuerzo cognitivo, como los deportes de equipo o las artes marciales. La idea es que, para estudiar el impacto del ejercicio sobre la cognición, es necesario aislarlo de su componente mental. Aunque Ciria admite que esto es difícil, cree que es necesario para hacer buena ciencia en este campo.

Sin embargo, Ludyga y Cheval argumentan que para Ciria casi ningún ejercicio cumple con los estrictos criterios. Cheval sostiene que las actividades físicas que más mejoran las funciones cognitivas son aquellas que implican toma de decisiones, y Ludyga insiste en que cualquier ejercicio tiene beneficios, aunque los más significativos provienen de aquellos que requieren coordinación. Según Ludyga, para mejorar la mente rápidamente, lo mejor es hacer ejercicios aeróbicos que no involucren funciones cognitivas, ya que estas son las que se buscan restaurar.

Ambos investigadores reconocen que es difícil separar lo físico de lo cognitivo en ejercicios como el baloncesto o el karate. Incluso actividades como levantar pesas o correr requieren el uso del cerebro para activar habilidades motrices. Ambos coinciden en que las relaciones entre cuerpo y mente son complejas y que aún queda mucho por aprender.

¿De dónde provienen los beneficios?

Mientras se resuelven estas dudas, los defensores de los beneficios del deporte para la cognición apuntan a los mecanismos neurobiológicos que ocurren durante el ejercicio, como la proteína BDNF, que podría tener un papel en la memoria y el aprendizaje. Cheval también menciona cambios estructurales y funcionales en el cerebro por la práctica deportiva a largo plazo. Sin embargo, Ciria considera estas ideas especulaciones sin suficiente evidencia. Para él, los beneficios del ejercicio no provienen de la actividad física en sí, sino de todo lo que la rodea, como la interacción social, el contacto con la naturaleza, y mejoras en el sueño y la alimentación.

Mientras tanto, los estudios siguen aumentando. En diciembre pasado, Javier S. Morales, de la Universidad de Cádiz, publicó un metaanálisis en Pediatrics centrado en niños y adolescentes, concluyendo que los programas de entrenamiento físico mejoraban el CI en promedio en cuatro puntos. Morales y Cheval defienden promover el deporte en las escuelas, no solo por los hábitos saludables, sino como una forma económica de mejorar el aprendizaje.

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