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En la actualidad, la inflamación crónica se ha convertido en un tema central dentro del ámbito médico y de la salud pública. Aunque antes apenas se hablaba de ella, hoy sabemos que está profundamente ligada a muchas de las enfermedades más comunes y mortales de nuestro tiempo.
Según una investigación publicada en la revista Nature, la inflamación crónica es ya la principal causa de muerte a nivel mundial. Este fenómeno, que durante décadas pasó inadvertido, ha sido desvelado gracias al avance en las herramientas de diagnóstico y a una mejor comprensión del sistema inmunológico.
Inflamación crónica: De desconocida a protagonista en la medicina moderna
Hace medio siglo, la inflamación de bajo grado apenas se consideraba un problema de salud. La razón no es que no existiera, sino que carecíamos de las herramientas adecuadas para detectarla y comprenderla. Los marcadores inflamatorios sutiles no se podían medir fácilmente, y la inmunología aún no había alcanzado el nivel de desarrollo actual. Hoy, entendemos que el sistema inmune no solo combate infecciones, sino que regula procesos esenciales del organismo, y su mal funcionamiento puede dar pie a enfermedades crónicas.
Pese al aumento en la esperanza de vida, vivimos más tiempo acompañados de dolencias asociadas con inflamación crónica. Enfermedades como la diabetes tipo 2, las afecciones cardiovasculares, la obesidad, los trastornos autoinmunes y las neurodegenerativas como el alzhéimer se han vuelto mucho más comunes en las últimas décadas. Según la dietista integrativa Clàudia Llopis, experta en estilo de vida antiinflamatorio y autora de Vida antiinflamatoria, esto se debe, en gran parte, a los cambios en nuestro estilo de vida.
Dieta moderna: el inicio del fuego interno
Uno de los principales factores que alimentan la inflamación actual es la alimentación. En contraste con las generaciones anteriores, que consumían alimentos frescos y de temporada, hoy nuestra dieta está dominada por productos ultraprocesados, cargados de azúcares, harinas refinadas y aditivos químicos. Este tipo de alimentación altera la respuesta del cuerpo a la insulina, reduce el consumo de grasas saludables como los omega-3, y aumenta las grasas proinflamatorias como los omega-6, presentes en muchos aceites industriales.
La exposición constante a pantallas y luz artificial ha alterado nuestro ritmo circadiano, dificultando la producción natural de melatonina. Esto empeora la calidad del sueño, algo fundamental para el equilibrio del cuerpo. Dormir poco o mal no solo aumenta el estrés, sino que también incrementa el estrés oxidativo y los niveles inflamatorios en el organismo.
Vivimos en un entorno de sobreestimulación constante. A diferencia de la vida más tranquila de hace 50 años, hoy estamos inmersos en una hiperconectividad que dispara la producción de cortisol, la hormona del estrés. Cuando el cortisol permanece elevado durante periodos prolongados, la inflamación crónica se intensifica y se vuelve crónica.
Sedentarismo: el cuerpo en pausa permanente
La falta de actividad física es otra de las causas del aumento de inflamación. Antes, caminar o realizar trabajos físicos formaba parte de la rutina diaria. Hoy, el sedentarismo predomina: largas horas frente al ordenador, trayectos en coche y poca interacción con la naturaleza. Esta desconexión también tiene un impacto negativo en nuestro sistema nervioso y en la capacidad del cuerpo para autorregularse.
Nuestra exposición a toxinas ambientales ha aumentado de forma considerable. Llopis señala el incremento de contaminantes como los pesticidas, los disruptores endocrinos presentes en productos cosméticos y plásticos, y la polución del aire. Estas sustancias interfieren con el sistema inmune y favorecen el estado inflamatorio del cuerpo.
Microbiota intestinal: un ecosistema en peligro
Finalmente, otro gran afectado por el estilo de vida moderno es nuestro intestino. La combinación de dietas pobres en fibra, uso indiscriminado de antibióticos y altos niveles de estrés ha dañado la diversidad de nuestra microbiota intestinal. Esto genera un intestino más permeable, facilitando la entrada de toxinas y promoviendo una inflamación sistémica persistente.
La inflamación crónica no es una simple moda médica: es una realidad cada vez más evidente que conecta muchos de los males modernos. Aunque el conocimiento científico actual nos permite entenderla mejor, también nos obliga a reflexionar sobre los hábitos que hemos adoptado en las últimas décadas.
Desde la dieta hasta el descanso, pasando por el manejo del estrés y la exposición ambiental, cada aspecto de nuestra vida puede ser una chispa o un apagafuegos en esta inflamación crónica silenciosa que avanza sin dar tregua.
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